lunes, 6 de agosto de 2012

El leitmotiv

   El leitmotiv es un término acuñado por Richard Wagnar, el célebre compositor de música clásica, para referirse a la música que acompaña (y de paso caracteriza) a cada personaje: la música del ''malo'', del ''héroe'', de la ''chica'', etc. Puede designar también el ''motivo recurrente'' que guía los actos de un personaje, es decir, el móvil de sus actos, lo sepa o no este personaje. En términos psicológicos y trasladando el concepto al mundo real desde los mundos teatrales de la ópera, podríamos decir que se trata de una forma de describir los condicionantes inconscientes más arraigados en la vida de una persona. Pero, de todas formas, a mí me sigue gustando hablar de ''el motivo recurrente'' o el leitmotiv.

  Erich Fromm, en su libro ''El lenguaje olvidado'' (una interesante introducción al análisis simbólico de los sueños y los cuentos de hadas) refiere que cuando alguien tiene un sueño idéntico que se le repite durante muchos años y con frecuencia, refleja un leitmotiv, oséase, un motivo inconsciente que guía el comportamiento de la persona. Los sueños serían una válvula de escape para una fantasía incumplida o alguna tensión permanente.

El chileno Alejandro Jodorowsky
  El artista polifacético chileno Alejandro Jodorowsky (iba a decir simplemente el ''psicomago'', pero al ver que también escribe novelas, guiones de películas, de teatro, compone bandas sonoras, y es escultor, pintor, actor y mimo, entre otras ocupaciones, me he decidido por esa denominación más ajustada al caso), en cierta ocasión, actuaba como algo así como psicoterapeuta, y hacía terapia a una señora que le contaba todas sus penas y sentimientos y situación familiar, y Jodorowsky, tras escucharla atentamente, llegaba a una sorprendente conclusión. Dijo:
  -Es que tú debías haber sido un niño. Ése es el problema.

  Así Jodorowsky llegaba a identificar un leitmotiv en la vida de la muchacha, que podía explicar muchos de los problemas psicológicos en su vida: sus padres nunca quisieron reconocer que en realidad querían un niño, ni ante sí mismos ni ante los demás ni, especialmente, ante la muchacha. Por eso la cuidaban demostrándole que ella era especial y que se alegraban de tenerla, ocultando así la culpa que sentían por aquella escondida decepción que en realidad sentían. Pero dicha decepción no por eso dejaba de existir, y eso daba lugar a otros comportamientos que le transmitían a la niña que algo estaba haciendo siempre mal.

  Otro ejemplo de leitmotiv que podríamos poner es el de la mujer que está casada por conveniencia con quien en realidad no quiere. Como no puede reconocerlo, su incapacidad para aceptar la situación le llevará a toda una serie de síntomas psicológicos e incluso somáticos de entrada desconcertantes, pero que en realidad guardan un cierto sentido.

  Claro que eso no quiere decir que este pueda ser el único origen de psicopatología. Visto el caso descrito, se puede observar que otra cosa que puede ocurrir es que un leitmotiv se transmita varias generaciones, o bien puede ser una cuestión que no esté relacionada con la propia persona, como el momento histórico.

  Un leitmotiv también se puede entender como la culminación de la reflexión sobre uno mismo, que no la conclusión, porque la reflexión sobre uno mismo nunca termina. Pero puede llegarse a un punto en que las propias dificultades y el conjunto de problemas que suelen afectar a uno mismo se comprendan hasta tal punto que se puedan resumir en una sola frase, que sería la formulación de ese leitmotiv. Dicha comprensión no implica librarse de este problema recurrente, pero sí permite tener una orientación general acerca de la situación de uno mismo. Freud, que estudió leitmotivs situados en la infancia de las personas, pretendía que esa comprensión sí otorga la cura, pero la práctica clínica mostró que esa comprensión ayudaba pero no era la solución.

  Esto ya nos lleva al último punto de interés sobre el leitmotiv, que es su utilidad en la psicología clínica. Efectivamente, el que un clínico sea capaz de reconocer un leitmotiv cuando lo tiene delante puede ser de extraordinaria utilidad, ya que le permitirá entender muy bien todo el caso clínico, y simplificar así su tratamiento.


  A modo de conclusión, cabe decir que cuanto menos el concepto del leitmotiv es de interés para la psicología, tanto clínica como de la personalidad, como demuestra el hecho de que psicoanalistas como Erich Fromm ya lo hayan tomado en consideración. Y con esto, dejo a cada uno que busque el gran ''porqué'' de su vida, para así poder encontrar un mejor ''para qué'', y se lanze a la búsqueda de un leitmotiv que le convenza.

 


lunes, 16 de julio de 2012

Etimologías (2)

  En el anterior artículo expuse el motivo por el que el conocimiento de las raíces del lenguaje nos permite pensar con más eficacia y precisión, y prometí explicar ahora porqué supone reencontrarse con uno mismo.

  Las palabras que usamos, todas ellas tienen un origen incierto. Es imposible que sepamos como todas derivan las unas de las otras. En la mayoría de los casos esto no nos es problema; ni nos va ni nos viene. Pero en ocasiones se acentúa ese efecto y nos encontramos usando unos tipos particulares de palabras sin saber porqué, como es el caso de cuando vamos a la administración y usamos un lenguaje más ''correcto'' aunque no entendamos porqué,  o cuando accedemos a nuevos ámbitos y su vocabulario nos resulta extraño pero nos vemos obligados a usarlo por estar extendido ese uso. Es el caso de, por ejemplo la informática, que nos trae multitud de nombres que no sabemos de donde proceden, o en las noticias, al informar de cualquier acontecimiento parece que usan unas palabras que no son las cotidianas y no sabemos porqué, o simplemente en nuestro ámbito profesional.


  Hay, pues, una dicotomía entre el lenguaje cotidiano que usaríamos espontáneamente y el usado formalmente, siéndonos éste ajeno y extraño. La sensación que acaba impregnando al lenguaje, como resultado, es la misma que al ver las ciudades, hechas de cemento, repletas de objetos de origen y función incierta, hechos de materiales de origen desconocido del que solo sabemos que no se encuentra en ese estado en la naturaleza (como es el caso del plástico, del que sabemos que no se deshace en el medio natural y que procede de una transformación misteriosa del petróleo): vivimos rodeados de frío cemento y de formas extrañas, usando palabras ajenas y viviendo entre artificialidades.

  Al igual que ir a la montaña nos hace recordar que efectivamente venimos de la naturaleza y que no somos enteramente artificiales, conocer las palabras griegas de las que surgen muchas de las nuestras y muchas de las del latín nos hace recordar que el lenguaje también lo hemos hecho nosotros de forma natural, que es cálido y acogedor y no frío y ajeno, como podría parecernos.

  Nosotros le llamamos hipopótamo al hipopótamo, ¿porqué? No lo sabemos. Pero los griegos decían lo siguiente: si ''caballo'' es ''hipo'' y ''río'' es ''pótamos'', entonces a esa especie de caballo que habita en los ríos lo llamaremos ''hipopótamo''.
  La tierra es gea; su diosa es Gea; si queremos que nuestras cosechas sean abundantes, debemos rezarle a Gea. La memoria es mnemos; su diosa es Mnemósine y gracias a ella recordamos las cosas; los rayos los causa Zeus y los terremotos Poseidón. Todo el lenguaje griego tiene un sonido propio y se nota claramente de donde proceden las palabras derivadas. Su vocabulario refleja una imagen del mundo muy primigenia, que, en contraste con nuestro extensísimo vocabulario artificial, nos resulta inmediato y intuitivo, y por ello, fácil de usar y sencillo.

  Conocer las palabras griegas es como pisar la hierba descalzo, porque te recuerda que vienes de la naturaleza y te permite comprobar, para tu tranquilidad, que el lenguaje también. Es por esto que digo que el lenguaje te hace reencontrarte contigo mismo. Esto te lo permite sobre todo el griego, con su sencillez e intuitividad, pero para sentir el castellano como propio debemos recurrir, además, al latín, especialmente, y al árabe y al idioma sajón en menor medida (para entender las palabras procedentes de ellos, como ''ojalá'')

lunes, 19 de marzo de 2012

Etimologías (1)

  Conocer el origen de las palabras es algo mucho más importante que simplemente saber un poco de todo. Es mucho más que ''que está muy bien'', ''es importante''. Es mucho más que un conocimiento teórico bonito que se va hacia el pasado, hacia lenguas muertas y ya sin uso alguno. Es también mucho más que una pista sobre el significado de las palabras.

  Conocer el origen de las palabras nos permite pensar con más eficiencia, con más precisión. Nos permite expresarnos con toda la exactitud que queramos, y salvar los obstáculos que puedan suponer los distintos usos de las palabras que se puedan hacer y así comprender con total facilidad lo que otros nos digan. Y además, conocer bien la lengua nos hace reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestra naturaleza, y sentirnos nosotros mismos usando las palabras, y no como utensilios de origen desconocido, ajeno y antiguo. Puede parecer un poco exagerado, pero intentaré explicar porqué lo afirmo.

  Cuando buscamos en el diccionario una palabra, este nos informa de los usos que se suelen hacer de esa palabra, sus posibles significados, pero no suele indicar su alcance total. Para ello, algunos diccionarios acompañan cada entrada con la etimología de la palabra, y eso ya da la posibilidad de captar dicho alcance. Por ejemplo, si cogemos una afirmación típica de Ortega y Gasset, como ''vida implica una radical incertidumbre'', nos quedamos extrañados, porque de entrada eso parece querer decir que vivir es estar sumido en una situación de intensísima incertidumbre. El problema de esa afirmación no está en los términos ''incertidumbre'' o ''vida'', el uso de éstas no nos extraña por el momento, pero, ¿''radical''? Eso suena a ''muy intenso'', y yo la mayor parte del tiempo estoy tranquilo, haciendo esto o aquello, no estoy sumido en una incertidumbre espantosa ni nada por el estilo.

  Pero si buscamos el origen de la palabra radical veremos que proviene del término latino ''radix'', que designaba sencillamente las raíces de los árboles, aunque, al igual que actualmente, se usaba como metáfora del origen de algo, de lo que lo causa o mantiene (la raíz de un problema, las raíces de una cultura...), y también refiriéndose a un plano más profundo, subyacente, no visible a primera vista pero esencial (uso bastante parecido al anterior). Este último sí es el sentido en el que lo usa Ortega; veamos ahora si tiene más sentido lo que dice: ''la vida implica una radical incertidumbre.'' Puede referirse no a que esa incertidumbre sea muy intensa, sino implemente a que esté en lo más profundo, en lo esencial y determinante del concepto ''vida''. ¡Ah! Ahora ya no nos choca a primera vista esta afirmación, podemos más o menos entender que sea posible, no estar de acuerdo, pero sí entendemos al menos qué quiere decir el filósofo con esto. Ahora ya podremos pasar a indagar si estamos de acuerdo o no con esto.

  La utilidad de conocer mejor el lenguaje se ve más claramente al leer libros o al hablar con gente procedente de lugares geográficamente lejanos a donde vivamos, porque las expresiones típicas de cada lugar van variando. Conocer bien el lenguaje nos ayuda a entender mejor lo que dicen otros. Veamos ahora como puede ayudar a expresarnos, el segundo motivo por el que creo que ayuda a pensar con más eficacia.

  Al conocer bien el alcance (y no solo los usos comunes) de una palabra, sabremos exactamente qué se puede decir con ella, y así podremos darle a una palabra un nuevo uso que nunca habíamos oído; es decir, saber expresar algo sin que nunca hayamos oído como se expresa. Por ejemplo, cuando nos gusta mucho una chica/chico y estamos cerca de ella/él, podemos sentir ganas de besarle. Si concretamos más, ¿cómo podemos escribir esta sensación? ¿Nos sentimos motivados? No, es más que eso, es como si nos sintiéramos empujados. ¿Impulsados tal vez? Tampoco, porque eso es como un breve empujón que nos acerca un poco. Es algo que tira de nosotros continuamente, sin descanso. Pues resulta que la lengua castellana tiene una solución: el verbo 'impelir', o sea, que habría que decir que ''nos sentimos impelidos a besar a esa persona''. Produce mucho desasosiego cuando logramos expresar exactamente aquello que sentimos, con esa exactitud, y además nos ayuda a tener las ideas muy matizadas.

  Saber decir con exactitud, y saber entender con precisión nos enriquece dándonos a conocer nuevas visiones de las cosas, y las nuestras propias. Nos permite coger exactamente aquel matiz que nos interesa y no otro, y para ello siempre es necesario darle un nombre. Es como meter el contenido, que de entrada es abstracto, en unos sacos que serían las palabras, y solo así el pensamiento puede trabajar con dicho contenido. O sea, que el pensamiento solo trabaja con ''sacos''. Disponer de todo tipo de sacos, nos permitirá tratar muchos tipos de contenido.

  Es como si en lugar de comer solo manzanas, pudiéramos comer manzanas verdes, rojas, amarillentas, pasadas; grandes o pequeñas, jugosas o secas, arenosas o triscante. Supongamos que solo nos interesara comer manzanas grandes, verdes y arenosas. No podríamos hacerlo sin haber desarrollado dichas etiquetas. Pues así, el pensamiento puede ''engullir'' la realidad a medida que se la va encontrando, y usarla para crecer.

  Esta es, pues, la primera gran utilidad que creo que le da mucha importancia a conocer las etimologías: permitir al pensamiento alcanzar más contenido, más mundo, y procesarlo y deglutirlo, como si fuera una gran máquina digestiva de información.

  Aparte de esta primera gran utilidad, hay otras dos que me parecen más secundarias pero también importantes: conocer bien las palabras nos ayuda a evitar usar definiciones circulares que no solucionan la cuestión, como es el caso de si decimos que ''para saber esperar hace falta paciencia''. Al decir eso ya se nota que no aporta mucho decirlo, y de hecho, si buscamos la etimología de ''paciencia'', veremos que es el acto de ''sufrir'' o ''aguantar'' algo (del verbo ''patior'', sufrir), por lo que, si hacemos esa afirmación, estaremos diciendo que para esperar es necesario sufrir o aguantar la espera, lo cual no aporta, en efecto, nada.

  Y otra utilidad secundaria es comprender mejor algunos conceptos; algunas dimensiones de ellos. Pondré como ejemplo algunos parecidos sospechosos como ''cultura'', rendir ''culto'', ser una persona ''culta'' y ''cultivar'' plantas; o bien ''rey'', ''realidad'', ''realismo'' y ''res'', o bien ''educación'', ''conducción'', ''abducción'' y ''duque''. Este tipo de utilidad de la etimología es muy fácil de ver en las aulas, pues es muy usada al explicar nuevos conceptos.

  Pero insisto; estos dos usos son para mí secundarios. En la siguiente parte de este artículo expondré eso de ''reencontrarnos con nosotros mismos y nuestra propia naturaleza'', el otro gran pilar que le da tanta importancia a conocer las raíces de nuestro propio lenguaje.


lunes, 27 de febrero de 2012

El molusco matemático

  En nuestros océanos vive un molusco de aspecto prehistórico, que de hecho conserva su forma exactamente igual a la que tenía hace millones de años. Es el nautilus, y es un auténtico fósil viviente. Se le puede encontrar entorno a los 20 metros de profundidad de noche, buscando algo que llevarse a su boca con 90 tentáculos, en los arrecifes de coral del sur de Pacífico.
 
  Sin embargo, después de que describiera René Descartes la espiral logarítmica o equiangular, este inocente molusco ha cobrado mucho mayor interés, pues si hacemos un corte sagital (una sección, cortar por la mitad) de su concha, veremos que su forma espiralada se parece inusitadamente a la de la espiral logarítimica; es, de hecho, exactamente igual. Y es que además de patas, parece que este molusco tiene más cosas en la cabeza: ¡matemáticas! ¿Se conoce acaso el nautilus la fórmula de los logaritmos?

  Y no sólo el nautilus: la conchas de los caracoles, en las borrascas y en las galaxias, en las piñas y en el brocoli, entre otros muchos ejemplos. ¿También ellos saben de matemáticas? La sucesión de Fibonacci es un tipo especial de progresión que parece describir el árbol genealógico de los zánganos de abeja. Y no veo como las abejas pudieron conocer a Fibonacci.

  Una peculiaridad de las espirales logarítmicas es la autosemejanza; cada porción de la espiral es exactamente igual a cualguier otra con distintas proporciones, lo cual nos lleva a los fractales.

  Los diminutos cristales de nieve, la terminación de las arterias, de las ramas de un árbol, las nubes, los minerales cristalizados, el paisaje... Todos ellos son descritos muy bien por la geometría fractal; se repiten formas iguales a tamaños distintos, siempre con una cierta variabilidad, pero con una exactitud sorprendente.

Las frondes del helecho, que le dan nombre a la
dirección de este blog, presentan una
forma en fractales
  De hecho, un programa que es muy usado en el diseño de videojuegos y recreaciones virtuales, se basa en la geometría fractal para elaborar los árboles y la superficie de las montañas y el resultado es sorprendentemente parecido.

  Cuando el precursor del expresionismo abstracto Jackson Pollock pintó sus cuadros con técnicas de goteo y de salpicar enérgicamente con sus botes de pintura, no previó el resultado que iban a tener sus obras. Una vez más, la geometría lo describía certeramente: los cuadros de Pollock presentaban una composición en fractales.

  Y ya que hablamos de concepciones de la belleza, en la Antigua Grecia se consideraban dos proporciones ideales para las columnas: las de capitel dórico, con proporciones masculinas, de una altura de 6 veces la base, y las de capitel jónico, con una altura de 8 veces la base. La Catedral de Chartres, del siglo XIII, parece contener en las proporciones de su arquitectura métricas ideales basadas en la proporción áurea y en consonancia con los intervalos de las notas musicales.

Interior de la Catedral de Chartres
  Se creía que dichas proporciones ideales provenían de Dios, y así las reflejaron en el diseño del edificio. Por otra parte, de todas las combinaciones de frecuencia en los sonidos, sólo algunos pueden ser considerados como música para nosotros; los demás serían ruido. Esto sería lo que diferencia una bocina o una alarma del canto de un pájaro o de una nota cualquiera de guitarra. ¡Y la posición en la escala de frecuencia de dichos sonidos agradables también se corresponde con relaciones proporcionales!

  Pero, ¿qué son estas constantes formales con las que nos encontramos una y otra vez y que son hacia las que la naturaleza tiende? ¿porqué está el número pi en todas partes? ¿Nos los ha dado Dios? ¿Son éstas la Ideas superiores y eternas de Platón? ¿O la naturaleza es caótica por mucho que tratemos de encontrarles sentido con nuestras facultades del entendimiento? ¿qué hace bellas esas proporciones consideradas bellas? Tal vez un día que vayamos alegremente por el monte descubramos un árbol que no hay forma de describir desde la geometría que tenemos desarrollada hasta ahora, o que nos parezca más bello que cualquier otra forma hasta ahora conocida.

  Una posible respuesta nos la da Hans Haacke, artista conceptual alemán muy controvertido por algunas obras pero muy filosófico por otras (¡búsquese en internet!), y a nosotros nos interesa esa última faceta: en su cubo de condensación quiere mostrarnos como nuestra racionalidad impone orden a la caótica naturaleza.
  Consiste en un cubo transparente en cuyo interior se condensan gotas de agua que van resbalando. La condensación del agua depende de la temperatura en donde se encuentre, esto es, el lugar de exposición. Con esto, el autor nos deja de relieve que 1)la obra y la interpretación que suscite estará condicionada por su lugar de exposición (la ubicación en la sala, las condiciones ambientales... etc.), 2) al no ser una obra estática sino un sistema cambiante, el espectador nunca podrá verla dos veces en idéntico estado, y nunca la conocerá del todo; y 3), aunque pretendamos darle nuestro orden al mundo (orden simbolizado por la forma cúbica), éste siempre será caótico y no como nosotros creemos verlo.
Círculos incompletos de Long, en el
CaixaForum de Madrid

  Así, una percepción ordenada y racional que nosotros tengamos siempre será sólo eso, percepción. La realidad seguirá estando detrás. Y entonces las matemáticas serían un orden racional para que podamos comprender la naturaleza, una forma de abreviar tanto caos. Tal vez los fundamentos de las matemáticas estén no en la naturaleza, sino en las características de la percepción y el entendimiento. Esto nos lo muestra muy bien Richard Long en sus círculos incompletos; automáticamente tratamos de completarlos y darles una forma con sentido: el círculo.

  Supongamos entonces que el nautilus no sabe de matemáticas; sólo sigue alegremente con su vida submarina y nosotros los humanos, pensadores obsesionados, vemos como se repite en él formas que la misma naturaleza nos ha enseñado.

lunes, 19 de diciembre de 2011

La represión de la estética (2)

Cuando el pensamiento estalle el espacio y disuelva el
tiempo, sólo quedará, brillando, la belleza pura.


  La represión de la estética es mucho más que una faceta de las personas a la que no dejamos ver la luz; no es un rasgo que haya simplemente involucionado o que atamos para que no crezca; es reflejo de una tendencia muy arraigada en nuestra cultura. Se tiende a oprimir la naturalidad entera, nuestra auténtica forma de ser. De pequeños, nos enseñan que debemos comportarnos de una forma ''correcta'', y nuestro yo queda bien atado y tapado para que no lo vean los vecinos, ¡a saber qué dirían!

  Aunque Freud no me caería bien, como expresé en otra ocasión, esto es el súper-ego, es un comportamiento que hacemos como si fuera genuino, ¡pero no lo es!, el pensamiento genuino está reprimido, y por eso la gran dificultad de las ciencias de la educación es lograr que los estudiantes estudien queriendo, porque están tan acostumbrados a dar respuestas como si fueran suyas que ni se sorprenden cuando tienen que estudiar contenidos que ni les interesan ni les despiertan el interés.

  Esa expresión los muestra claramente, ''despertar el interés''. Es que éste está dormido, no puja por dirigir la mirada hacia lo llamativo y curioso, y de esa forma nuestro pensamiento no da evolucionado y lo que se estudia le queda a desmano, no a continuación de sus reflexiones, que quedaron olvidadas en las entrañas de uno mismo. 

  Esto Vygotsky lo expresaba así: la enseñanza no se centra en el área de desarrollo próximo, queda fuera de ella, no suponiendo crecimiento alguno para los aprendices. El célebre Paulo Freire lo expresaba así: ''albabetizarse no es enseñar a decir palabras, es enseñarles a decir su palabra'', y decía también: ''Los profesores responden a preguntas que los estudiantes no han formulado.''

  Es también por el efecto de reprimir al pensamiento genuino que al menos una vez a la semana necesitamos salir por la noche, olvidarse de uno mismo, ya que esto es problemático y angustioso; ¿quién debo ser? Necesitamos tomarnos un respiro y divertirnos, porque tememos no ser quién ''debemos''. 

  Para mí eso es lo que subyace a la represión de la estética, una represión del pensamiento espontáneo, y creo que eso es un rasgo cultural, pero también creo que es algo que no domina por todas partes; nada puede encarcelar el pensamiento una vez ha nacido. El otro día fui a una obra de teatro en la que unos monos eran dotados con la capacidad de pensar, y tras comenzar a hacerlo se volvían muy pedantes, insoportablemente pedantes, recitando frases y palabras para simular que efectivamente, que sabían mucho. Pero uno de ellos gritaba cada vez más alto ''¡cinco por ocho son cuarenta!'', que representaba cómo el pensamiento puro volvía a surgir, cada vez con más fuerza, hasta que todos se callaban; rompía con esa situación de inteligencia simulada.

   Es un rasgo cultural con el que se ha ido rompiendo paulatinamente desde el siglo XIX, por ejemplo con la educación pública y después con el desarrollo de nuevos paradigmas educativos; o se refleja también muy claramente en la gran diversificación que sufrió el arte en el siglo pasado. La liberación de la estética no ha hecho más que empezar.

  La razón es como la higuera estranguladora, que cuando nace, está totalmente rodeada y superada por otro árbol, pero nada hace que deje de crecer aunque sea un poco, y cuando sus raíces se hundan profundo en el suelo, sus ramas se alzarán rápidamente sobre los demás árboles y abrazarán las estrellas, y sus frutos nos deslumbrarán.

  El sentido estético, cuando se libera de los prejuicios de la cultura, quiebra, destroza y hace estallar el espacio y voltea, invierte, derrite y disuelve el tiempo, y se convierte en belleza pura. Por eso necesitamos el arte; no nos llegan las palabras para expresarnos; si sólo hubiera palabras nuestros instintos serían inefables. Sólo la música, las formas impuestas a la materia en la arquitectura o las ideas escondidas en la pintura tienen esa ansiada libertad.


domingo, 18 de diciembre de 2011

La represión de la estética (1)

  Estas cavilaciones comenzaron también como muchas otras suscitadas por una inocente conversación con mi padre sin mayor ambición que comentar peculiaridades de algunas personas, que parece que necesitan acompañar sus explicaciones de onomatopeyas para ilustrar lo que dicen; parece que no le llegan las palabras ni los gestos. Más aún, hay personas que cuando imaginan, por ejemplo, una conversación que van a tener, no pueden evitar poner caras como si estuvieran teniendo esa conversación, ¡e incluso usan gestos!

  Bueno, miento: estas cavilaciones debieron comenzar en otra conversación, menos inocente alomejor, en la que comentaba como algunos niños ponen las manos delante de la cara, cruzan los ojos, dejan de ver, y a saber cuánta energía llegan a invertir en imaginar y crear en su cabeza lo que les da la gana. Se abstraen por completo de lo que les rodea, y pueden hacerlo cuando quieren, no cuando se combinan las variables para entretenerse lo suficiente con algo; estado de 'flujo', tal como lo llamaba un psicólogo checo de nombre impronunciable. Estos niños se abstraen cuando quieren, ¡es una increíble capacidad!

  Conozco varios casos de niños de esos; en realidad uno ya es un adulto, y ha dejado de hacer lo de usar las manos para imaginar. Claro, de pequeño le decían que no lo hiciera, que cosa más rara, hombre, ¡que extravagante comportamiento está teniendo este niño! ¡Qué ideas tan originales! Mejor que no las tenga.

  Está bien: he vuelto a mentir. Estas cavilaciones debieron empezar a cocerse cuando, en clase de psicología de la educación esta semana, vimos un vídeo (que dejo al final de esta entrada) que entre otras muchas cosas decía que un estudio muestra como los niños más pequeños proponen más usos para un clip que los niños más mayores, ¡y ya no digamos que los adultos! Su pensamiento creativo disminuye a lo largo de la vida.

  Que la educación es algo que va mal es algo que se oye mucho, que la creatividad apenas se aprovecha también se oye lo suyo. Pero tenemos la suerte de que en algunos niños aquella se abre camino a través de los bloqueos, rompe sus ataduras y escapa a ellas, como la higuera estranguladora nace rodeada y superada por un árbol mucho más grande, pero crece, echa raíces, y ya todas las plantas que la ven saben lo que va a pasar: una vez hunde profundamente sus raíces, ya nada puede detener su crecimiento, crecerá tan alto que sus ramas abrazarán las estrellas y sus frutos nos deslumbrarán.

  Pero mientras tanto, el sentido de la estética es reprimido por los bloqueos que la cultura les impone; ojo, que la cultura no dejamos de ser nosotros mismos. Tememos no dar la talla, que nos den la espalda cuando tenemos lo que nosotros creíamos una buena idea. Tememos que le den la espalda a la originalidad, y se apaga en nosotros el sentido estético, no crece, se duerme en nuestro núcleo y se queda sin fuerzas para salir a la superficie.

  Y mientras tanto, mientras la estética está reprimida, los tópicos, los estereotipos y los prejuicios (en el sentido más amplio de la palabra, todo juicio hecho previamente a consultar la impresión que algo nos causa) dominan el mundo.

  Pero si bien he mentido en cuanto a cuando comenzaron mis cavilaciones, no he mentido en cuanto a cuando ''echaron raíces y sobresalieron sobre los demás árboles''. Paseaba por la espléndida catedral de Santiago de Compostela, la que le da nombre a la ciudad, la que dio el impulso inicial a que hubiera poblado alguno, la que concentró en el pasado tantos artistas e intelectuales que fue inevitable que se fundara una universidad en Santiago. Y me llegué a la fachada de Azabacherías y vi como la habían ''limpiado'', ''adecentado'', ''sacado brillo'', etc. Para mí perdió todo el brillo que tenía, la dejaron con piedra pulida como si la hubieran inaugurado ayer, como un edificio más. Perdía todo el protagonismo sin sus líquenes y sus musgos. Reconozco que el musgo daña la piedra y puede deteriorar la escultura, es necesario un cierto mantenimiento, ¡pero nada justifica tan horrible ''limpieza''!

  Pero no acabó ahí la indignación: aún después cuando pasé por un céntrico punto como lo es la Plaza Roja, vi como la estaban ajardinando, y vi por enésima vez los jardines que se ven en todas partes: florecillas de no más de 15 cm de tamaño, no vaya a ser, todas alineaditas, que no parezca que estén desordenadas o que crecieron sin que se pretendiera, ¡no por Dios! Agrupadas por colores, haciendo tímidas figuras... es el mismo estilo de ajardinamiento que planta los mismos arbolitos en todas las aceras de todas partes, y el mismo que hace que veas paseos llenos de palmeras tanto si vas a Cádiz como a Oporto como a Vigo como a La Coruña. Admito que está bien poner jardines, y qué tampoco hay que plantar estrambóticas selvas en medio de la urbe, ¡pero nada justifica el uso del mismo maldito estilo a lo largo y ancho de todas las ciudades!

  Nada lo justifica, pero hay algo que sí lo explica: la represión de la estética.

(Continuará)


  Dejo a continuación el vídeo visto en clase acerca de, entre otras cosas, porqué se reprime la creatividad.






martes, 6 de diciembre de 2011

Oporto, Oporto

Zona antigua de Oporto vista desde la Torre dos Clérigos
  Este fin de semana he tenido la oportunidad de conocer Oporto, la ciudad lusa que le da nombre a su país y que se encuentra en la desembocadura del río Duero.

  Con sus 237.559 habitantes, 1.816.045 en el área metropolitana, es la única rival económica de Lisboa en Portugal. Famosa por su célebre vino y la francesinha (carnoso sandwich que recomiendo tomar pero con el estómago bien vacío), cuenta además con una sustanciosa oferta cultural: unos 10.000 eventos anuales, museos, iglesias, catedrales, enormes puentes sobre el Duero, un casco antiguo laberíntico, desordenado y con su propia idiosincrasia; y por supuesto también edificios modernos, póngase el Museo de Arte Contemporánea del parque de Serralves, o mejor aún: la Casa da Música.

Casa da Música
  Diseñada por el arquitecto holandés Rem Koolhas, es un auditorio con salas de posibilidades muy flexibles y diseño ''muy exhuberante'', según el New York Times, que también califica el edificio cómo ''el proyecto más atractivo del autor''. Aparte de ser aclamada por su diseño, es considerado el auditorio musical con mejor acústica del mundo.

Torre dos Clérigos
  Pero yo apenas tuve la oportunidad de entrar y echar un vistazo a una de sus salas. Mi recorrido por Oporto comenzó en la céntrica calle Cedofeita, en una zona repleta de tiendas de artesanía con adornos realmente originales, que combinaban gallos (el símbolo de Portugal), botones, chapas, broches y motivos que rallaban en lo hortera y lo desfasado pero resultaban atrevidos y le conferirían mucha personalidad a quien los llevase. Tras pasar la plaza de Gomes Teixeira, mi anfitriona y yo nos dirigimos a la Torre dos Clérigos, una torre construida en 1763 que constituye el campanario de la iglesia barroca del mismo nombre, y que, con sus 76 metros de altura, ofrece las mejores panorámicas de Oporto desde su propio centro.

  A partir de ahí, recorrer la ciudad fue un goce continuo cuando me daba la vuelta y veía por casualidad una iglesia enorme, veía increíbles edificios modernistas abandonados, estábamos en el centro y a la vez en medio de ninguna parte, salían calles estrechas con edificios desmesuradamente altos y ya no digamos al cruzar el puente de Don Luis sobre el Duero, desde el que se veía toda la Ribeira, con sus casas de piedra, abandonadas, algunas cubiertas por la vegetación, otra con una máquina de coser en el tejado, otra con un gato gris que te miraba serio como diciéndote: ''pues a mí no me hace ninguna gracia.''

Vista de la Ribeira desde Vila Nova de Gaia. A la derecha
se ve una parte del puente de Don Luis, por el que pasa el
metro; y a la izquierda de todo, la torre que sobresale es la
Torre dos Clérigos.
  Las vistas de la Ribeira desde el otro lado del Duero, en Vila Nova de Gaia, son increíbles, y ya no digamos sumergirse en sus callejuelas, sus soportales y sus calles cubiertas. Esta fue sin duda la parte que más me gustó.

  Confieso que Oporto me ha encantado, y que me gustaría volver y ver todo eso que según tengo oído me perdí, pero admito que tampoco me he enamorado incondicionalmente. Lo más interesante del viaje tal vez haya sido experimentar esas sensaciones que la ciudad me transmitía, como si estuviera conociendo a una persona.

  Creo que uno puede sentir el equivalente enamorarse pero referido a una ciudad, y al igual que si fuera con una persona, no siempre lo puedes entender ni predecir, simplemente te afecta, lo sientes, eres víctima de las sensaciones que la urbe te transmite, y aunque no seas capaz de justificarlo, no te queda otro remedio que admitir que volverías a verla, que te gustaría vivir con ella y que nunca te cansarías de conocerla.

  En ese sentido, viajar despierta partes de uno mismo que ni siquiera sabíamos que estaban ahí, y nos despierta la espontaneidad, y desplaza esa manía que tenemos de justificar que algo nos encante, fundamentar nuestros sentimientos por si alguien los cuestiona. ¡Pues no! A veces algo como una ciudad (o una persona) nos encanta, nos hace estremecernos en los más hondo y ni siquiera somos capaces de darle una explicación, simplemente te hechiza y pasas a no poder parar de recordarla, admirarla y sonreír cuando la ves.