domingo, 18 de diciembre de 2011

La represión de la estética (1)

  Estas cavilaciones comenzaron también como muchas otras suscitadas por una inocente conversación con mi padre sin mayor ambición que comentar peculiaridades de algunas personas, que parece que necesitan acompañar sus explicaciones de onomatopeyas para ilustrar lo que dicen; parece que no le llegan las palabras ni los gestos. Más aún, hay personas que cuando imaginan, por ejemplo, una conversación que van a tener, no pueden evitar poner caras como si estuvieran teniendo esa conversación, ¡e incluso usan gestos!

  Bueno, miento: estas cavilaciones debieron comenzar en otra conversación, menos inocente alomejor, en la que comentaba como algunos niños ponen las manos delante de la cara, cruzan los ojos, dejan de ver, y a saber cuánta energía llegan a invertir en imaginar y crear en su cabeza lo que les da la gana. Se abstraen por completo de lo que les rodea, y pueden hacerlo cuando quieren, no cuando se combinan las variables para entretenerse lo suficiente con algo; estado de 'flujo', tal como lo llamaba un psicólogo checo de nombre impronunciable. Estos niños se abstraen cuando quieren, ¡es una increíble capacidad!

  Conozco varios casos de niños de esos; en realidad uno ya es un adulto, y ha dejado de hacer lo de usar las manos para imaginar. Claro, de pequeño le decían que no lo hiciera, que cosa más rara, hombre, ¡que extravagante comportamiento está teniendo este niño! ¡Qué ideas tan originales! Mejor que no las tenga.

  Está bien: he vuelto a mentir. Estas cavilaciones debieron empezar a cocerse cuando, en clase de psicología de la educación esta semana, vimos un vídeo (que dejo al final de esta entrada) que entre otras muchas cosas decía que un estudio muestra como los niños más pequeños proponen más usos para un clip que los niños más mayores, ¡y ya no digamos que los adultos! Su pensamiento creativo disminuye a lo largo de la vida.

  Que la educación es algo que va mal es algo que se oye mucho, que la creatividad apenas se aprovecha también se oye lo suyo. Pero tenemos la suerte de que en algunos niños aquella se abre camino a través de los bloqueos, rompe sus ataduras y escapa a ellas, como la higuera estranguladora nace rodeada y superada por un árbol mucho más grande, pero crece, echa raíces, y ya todas las plantas que la ven saben lo que va a pasar: una vez hunde profundamente sus raíces, ya nada puede detener su crecimiento, crecerá tan alto que sus ramas abrazarán las estrellas y sus frutos nos deslumbrarán.

  Pero mientras tanto, el sentido de la estética es reprimido por los bloqueos que la cultura les impone; ojo, que la cultura no dejamos de ser nosotros mismos. Tememos no dar la talla, que nos den la espalda cuando tenemos lo que nosotros creíamos una buena idea. Tememos que le den la espalda a la originalidad, y se apaga en nosotros el sentido estético, no crece, se duerme en nuestro núcleo y se queda sin fuerzas para salir a la superficie.

  Y mientras tanto, mientras la estética está reprimida, los tópicos, los estereotipos y los prejuicios (en el sentido más amplio de la palabra, todo juicio hecho previamente a consultar la impresión que algo nos causa) dominan el mundo.

  Pero si bien he mentido en cuanto a cuando comenzaron mis cavilaciones, no he mentido en cuanto a cuando ''echaron raíces y sobresalieron sobre los demás árboles''. Paseaba por la espléndida catedral de Santiago de Compostela, la que le da nombre a la ciudad, la que dio el impulso inicial a que hubiera poblado alguno, la que concentró en el pasado tantos artistas e intelectuales que fue inevitable que se fundara una universidad en Santiago. Y me llegué a la fachada de Azabacherías y vi como la habían ''limpiado'', ''adecentado'', ''sacado brillo'', etc. Para mí perdió todo el brillo que tenía, la dejaron con piedra pulida como si la hubieran inaugurado ayer, como un edificio más. Perdía todo el protagonismo sin sus líquenes y sus musgos. Reconozco que el musgo daña la piedra y puede deteriorar la escultura, es necesario un cierto mantenimiento, ¡pero nada justifica tan horrible ''limpieza''!

  Pero no acabó ahí la indignación: aún después cuando pasé por un céntrico punto como lo es la Plaza Roja, vi como la estaban ajardinando, y vi por enésima vez los jardines que se ven en todas partes: florecillas de no más de 15 cm de tamaño, no vaya a ser, todas alineaditas, que no parezca que estén desordenadas o que crecieron sin que se pretendiera, ¡no por Dios! Agrupadas por colores, haciendo tímidas figuras... es el mismo estilo de ajardinamiento que planta los mismos arbolitos en todas las aceras de todas partes, y el mismo que hace que veas paseos llenos de palmeras tanto si vas a Cádiz como a Oporto como a Vigo como a La Coruña. Admito que está bien poner jardines, y qué tampoco hay que plantar estrambóticas selvas en medio de la urbe, ¡pero nada justifica el uso del mismo maldito estilo a lo largo y ancho de todas las ciudades!

  Nada lo justifica, pero hay algo que sí lo explica: la represión de la estética.

(Continuará)


  Dejo a continuación el vídeo visto en clase acerca de, entre otras cosas, porqué se reprime la creatividad.






1 comentario: