lunes, 19 de diciembre de 2011

La represión de la estética (2)

Cuando el pensamiento estalle el espacio y disuelva el
tiempo, sólo quedará, brillando, la belleza pura.


  La represión de la estética es mucho más que una faceta de las personas a la que no dejamos ver la luz; no es un rasgo que haya simplemente involucionado o que atamos para que no crezca; es reflejo de una tendencia muy arraigada en nuestra cultura. Se tiende a oprimir la naturalidad entera, nuestra auténtica forma de ser. De pequeños, nos enseñan que debemos comportarnos de una forma ''correcta'', y nuestro yo queda bien atado y tapado para que no lo vean los vecinos, ¡a saber qué dirían!

  Aunque Freud no me caería bien, como expresé en otra ocasión, esto es el súper-ego, es un comportamiento que hacemos como si fuera genuino, ¡pero no lo es!, el pensamiento genuino está reprimido, y por eso la gran dificultad de las ciencias de la educación es lograr que los estudiantes estudien queriendo, porque están tan acostumbrados a dar respuestas como si fueran suyas que ni se sorprenden cuando tienen que estudiar contenidos que ni les interesan ni les despiertan el interés.

  Esa expresión los muestra claramente, ''despertar el interés''. Es que éste está dormido, no puja por dirigir la mirada hacia lo llamativo y curioso, y de esa forma nuestro pensamiento no da evolucionado y lo que se estudia le queda a desmano, no a continuación de sus reflexiones, que quedaron olvidadas en las entrañas de uno mismo. 

  Esto Vygotsky lo expresaba así: la enseñanza no se centra en el área de desarrollo próximo, queda fuera de ella, no suponiendo crecimiento alguno para los aprendices. El célebre Paulo Freire lo expresaba así: ''albabetizarse no es enseñar a decir palabras, es enseñarles a decir su palabra'', y decía también: ''Los profesores responden a preguntas que los estudiantes no han formulado.''

  Es también por el efecto de reprimir al pensamiento genuino que al menos una vez a la semana necesitamos salir por la noche, olvidarse de uno mismo, ya que esto es problemático y angustioso; ¿quién debo ser? Necesitamos tomarnos un respiro y divertirnos, porque tememos no ser quién ''debemos''. 

  Para mí eso es lo que subyace a la represión de la estética, una represión del pensamiento espontáneo, y creo que eso es un rasgo cultural, pero también creo que es algo que no domina por todas partes; nada puede encarcelar el pensamiento una vez ha nacido. El otro día fui a una obra de teatro en la que unos monos eran dotados con la capacidad de pensar, y tras comenzar a hacerlo se volvían muy pedantes, insoportablemente pedantes, recitando frases y palabras para simular que efectivamente, que sabían mucho. Pero uno de ellos gritaba cada vez más alto ''¡cinco por ocho son cuarenta!'', que representaba cómo el pensamiento puro volvía a surgir, cada vez con más fuerza, hasta que todos se callaban; rompía con esa situación de inteligencia simulada.

   Es un rasgo cultural con el que se ha ido rompiendo paulatinamente desde el siglo XIX, por ejemplo con la educación pública y después con el desarrollo de nuevos paradigmas educativos; o se refleja también muy claramente en la gran diversificación que sufrió el arte en el siglo pasado. La liberación de la estética no ha hecho más que empezar.

  La razón es como la higuera estranguladora, que cuando nace, está totalmente rodeada y superada por otro árbol, pero nada hace que deje de crecer aunque sea un poco, y cuando sus raíces se hundan profundo en el suelo, sus ramas se alzarán rápidamente sobre los demás árboles y abrazarán las estrellas, y sus frutos nos deslumbrarán.

  El sentido estético, cuando se libera de los prejuicios de la cultura, quiebra, destroza y hace estallar el espacio y voltea, invierte, derrite y disuelve el tiempo, y se convierte en belleza pura. Por eso necesitamos el arte; no nos llegan las palabras para expresarnos; si sólo hubiera palabras nuestros instintos serían inefables. Sólo la música, las formas impuestas a la materia en la arquitectura o las ideas escondidas en la pintura tienen esa ansiada libertad.


domingo, 18 de diciembre de 2011

La represión de la estética (1)

  Estas cavilaciones comenzaron también como muchas otras suscitadas por una inocente conversación con mi padre sin mayor ambición que comentar peculiaridades de algunas personas, que parece que necesitan acompañar sus explicaciones de onomatopeyas para ilustrar lo que dicen; parece que no le llegan las palabras ni los gestos. Más aún, hay personas que cuando imaginan, por ejemplo, una conversación que van a tener, no pueden evitar poner caras como si estuvieran teniendo esa conversación, ¡e incluso usan gestos!

  Bueno, miento: estas cavilaciones debieron comenzar en otra conversación, menos inocente alomejor, en la que comentaba como algunos niños ponen las manos delante de la cara, cruzan los ojos, dejan de ver, y a saber cuánta energía llegan a invertir en imaginar y crear en su cabeza lo que les da la gana. Se abstraen por completo de lo que les rodea, y pueden hacerlo cuando quieren, no cuando se combinan las variables para entretenerse lo suficiente con algo; estado de 'flujo', tal como lo llamaba un psicólogo checo de nombre impronunciable. Estos niños se abstraen cuando quieren, ¡es una increíble capacidad!

  Conozco varios casos de niños de esos; en realidad uno ya es un adulto, y ha dejado de hacer lo de usar las manos para imaginar. Claro, de pequeño le decían que no lo hiciera, que cosa más rara, hombre, ¡que extravagante comportamiento está teniendo este niño! ¡Qué ideas tan originales! Mejor que no las tenga.

  Está bien: he vuelto a mentir. Estas cavilaciones debieron empezar a cocerse cuando, en clase de psicología de la educación esta semana, vimos un vídeo (que dejo al final de esta entrada) que entre otras muchas cosas decía que un estudio muestra como los niños más pequeños proponen más usos para un clip que los niños más mayores, ¡y ya no digamos que los adultos! Su pensamiento creativo disminuye a lo largo de la vida.

  Que la educación es algo que va mal es algo que se oye mucho, que la creatividad apenas se aprovecha también se oye lo suyo. Pero tenemos la suerte de que en algunos niños aquella se abre camino a través de los bloqueos, rompe sus ataduras y escapa a ellas, como la higuera estranguladora nace rodeada y superada por un árbol mucho más grande, pero crece, echa raíces, y ya todas las plantas que la ven saben lo que va a pasar: una vez hunde profundamente sus raíces, ya nada puede detener su crecimiento, crecerá tan alto que sus ramas abrazarán las estrellas y sus frutos nos deslumbrarán.

  Pero mientras tanto, el sentido de la estética es reprimido por los bloqueos que la cultura les impone; ojo, que la cultura no dejamos de ser nosotros mismos. Tememos no dar la talla, que nos den la espalda cuando tenemos lo que nosotros creíamos una buena idea. Tememos que le den la espalda a la originalidad, y se apaga en nosotros el sentido estético, no crece, se duerme en nuestro núcleo y se queda sin fuerzas para salir a la superficie.

  Y mientras tanto, mientras la estética está reprimida, los tópicos, los estereotipos y los prejuicios (en el sentido más amplio de la palabra, todo juicio hecho previamente a consultar la impresión que algo nos causa) dominan el mundo.

  Pero si bien he mentido en cuanto a cuando comenzaron mis cavilaciones, no he mentido en cuanto a cuando ''echaron raíces y sobresalieron sobre los demás árboles''. Paseaba por la espléndida catedral de Santiago de Compostela, la que le da nombre a la ciudad, la que dio el impulso inicial a que hubiera poblado alguno, la que concentró en el pasado tantos artistas e intelectuales que fue inevitable que se fundara una universidad en Santiago. Y me llegué a la fachada de Azabacherías y vi como la habían ''limpiado'', ''adecentado'', ''sacado brillo'', etc. Para mí perdió todo el brillo que tenía, la dejaron con piedra pulida como si la hubieran inaugurado ayer, como un edificio más. Perdía todo el protagonismo sin sus líquenes y sus musgos. Reconozco que el musgo daña la piedra y puede deteriorar la escultura, es necesario un cierto mantenimiento, ¡pero nada justifica tan horrible ''limpieza''!

  Pero no acabó ahí la indignación: aún después cuando pasé por un céntrico punto como lo es la Plaza Roja, vi como la estaban ajardinando, y vi por enésima vez los jardines que se ven en todas partes: florecillas de no más de 15 cm de tamaño, no vaya a ser, todas alineaditas, que no parezca que estén desordenadas o que crecieron sin que se pretendiera, ¡no por Dios! Agrupadas por colores, haciendo tímidas figuras... es el mismo estilo de ajardinamiento que planta los mismos arbolitos en todas las aceras de todas partes, y el mismo que hace que veas paseos llenos de palmeras tanto si vas a Cádiz como a Oporto como a Vigo como a La Coruña. Admito que está bien poner jardines, y qué tampoco hay que plantar estrambóticas selvas en medio de la urbe, ¡pero nada justifica el uso del mismo maldito estilo a lo largo y ancho de todas las ciudades!

  Nada lo justifica, pero hay algo que sí lo explica: la represión de la estética.

(Continuará)


  Dejo a continuación el vídeo visto en clase acerca de, entre otras cosas, porqué se reprime la creatividad.






martes, 6 de diciembre de 2011

Oporto, Oporto

Zona antigua de Oporto vista desde la Torre dos Clérigos
  Este fin de semana he tenido la oportunidad de conocer Oporto, la ciudad lusa que le da nombre a su país y que se encuentra en la desembocadura del río Duero.

  Con sus 237.559 habitantes, 1.816.045 en el área metropolitana, es la única rival económica de Lisboa en Portugal. Famosa por su célebre vino y la francesinha (carnoso sandwich que recomiendo tomar pero con el estómago bien vacío), cuenta además con una sustanciosa oferta cultural: unos 10.000 eventos anuales, museos, iglesias, catedrales, enormes puentes sobre el Duero, un casco antiguo laberíntico, desordenado y con su propia idiosincrasia; y por supuesto también edificios modernos, póngase el Museo de Arte Contemporánea del parque de Serralves, o mejor aún: la Casa da Música.

Casa da Música
  Diseñada por el arquitecto holandés Rem Koolhas, es un auditorio con salas de posibilidades muy flexibles y diseño ''muy exhuberante'', según el New York Times, que también califica el edificio cómo ''el proyecto más atractivo del autor''. Aparte de ser aclamada por su diseño, es considerado el auditorio musical con mejor acústica del mundo.

Torre dos Clérigos
  Pero yo apenas tuve la oportunidad de entrar y echar un vistazo a una de sus salas. Mi recorrido por Oporto comenzó en la céntrica calle Cedofeita, en una zona repleta de tiendas de artesanía con adornos realmente originales, que combinaban gallos (el símbolo de Portugal), botones, chapas, broches y motivos que rallaban en lo hortera y lo desfasado pero resultaban atrevidos y le conferirían mucha personalidad a quien los llevase. Tras pasar la plaza de Gomes Teixeira, mi anfitriona y yo nos dirigimos a la Torre dos Clérigos, una torre construida en 1763 que constituye el campanario de la iglesia barroca del mismo nombre, y que, con sus 76 metros de altura, ofrece las mejores panorámicas de Oporto desde su propio centro.

  A partir de ahí, recorrer la ciudad fue un goce continuo cuando me daba la vuelta y veía por casualidad una iglesia enorme, veía increíbles edificios modernistas abandonados, estábamos en el centro y a la vez en medio de ninguna parte, salían calles estrechas con edificios desmesuradamente altos y ya no digamos al cruzar el puente de Don Luis sobre el Duero, desde el que se veía toda la Ribeira, con sus casas de piedra, abandonadas, algunas cubiertas por la vegetación, otra con una máquina de coser en el tejado, otra con un gato gris que te miraba serio como diciéndote: ''pues a mí no me hace ninguna gracia.''

Vista de la Ribeira desde Vila Nova de Gaia. A la derecha
se ve una parte del puente de Don Luis, por el que pasa el
metro; y a la izquierda de todo, la torre que sobresale es la
Torre dos Clérigos.
  Las vistas de la Ribeira desde el otro lado del Duero, en Vila Nova de Gaia, son increíbles, y ya no digamos sumergirse en sus callejuelas, sus soportales y sus calles cubiertas. Esta fue sin duda la parte que más me gustó.

  Confieso que Oporto me ha encantado, y que me gustaría volver y ver todo eso que según tengo oído me perdí, pero admito que tampoco me he enamorado incondicionalmente. Lo más interesante del viaje tal vez haya sido experimentar esas sensaciones que la ciudad me transmitía, como si estuviera conociendo a una persona.

  Creo que uno puede sentir el equivalente enamorarse pero referido a una ciudad, y al igual que si fuera con una persona, no siempre lo puedes entender ni predecir, simplemente te afecta, lo sientes, eres víctima de las sensaciones que la urbe te transmite, y aunque no seas capaz de justificarlo, no te queda otro remedio que admitir que volverías a verla, que te gustaría vivir con ella y que nunca te cansarías de conocerla.

  En ese sentido, viajar despierta partes de uno mismo que ni siquiera sabíamos que estaban ahí, y nos despierta la espontaneidad, y desplaza esa manía que tenemos de justificar que algo nos encante, fundamentar nuestros sentimientos por si alguien los cuestiona. ¡Pues no! A veces algo como una ciudad (o una persona) nos encanta, nos hace estremecernos en los más hondo y ni siquiera somos capaces de darle una explicación, simplemente te hechiza y pasas a no poder parar de recordarla, admirarla y sonreír cuando la ves.