lunes, 19 de marzo de 2012

Etimologías (1)

  Conocer el origen de las palabras es algo mucho más importante que simplemente saber un poco de todo. Es mucho más que ''que está muy bien'', ''es importante''. Es mucho más que un conocimiento teórico bonito que se va hacia el pasado, hacia lenguas muertas y ya sin uso alguno. Es también mucho más que una pista sobre el significado de las palabras.

  Conocer el origen de las palabras nos permite pensar con más eficiencia, con más precisión. Nos permite expresarnos con toda la exactitud que queramos, y salvar los obstáculos que puedan suponer los distintos usos de las palabras que se puedan hacer y así comprender con total facilidad lo que otros nos digan. Y además, conocer bien la lengua nos hace reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestra naturaleza, y sentirnos nosotros mismos usando las palabras, y no como utensilios de origen desconocido, ajeno y antiguo. Puede parecer un poco exagerado, pero intentaré explicar porqué lo afirmo.

  Cuando buscamos en el diccionario una palabra, este nos informa de los usos que se suelen hacer de esa palabra, sus posibles significados, pero no suele indicar su alcance total. Para ello, algunos diccionarios acompañan cada entrada con la etimología de la palabra, y eso ya da la posibilidad de captar dicho alcance. Por ejemplo, si cogemos una afirmación típica de Ortega y Gasset, como ''vida implica una radical incertidumbre'', nos quedamos extrañados, porque de entrada eso parece querer decir que vivir es estar sumido en una situación de intensísima incertidumbre. El problema de esa afirmación no está en los términos ''incertidumbre'' o ''vida'', el uso de éstas no nos extraña por el momento, pero, ¿''radical''? Eso suena a ''muy intenso'', y yo la mayor parte del tiempo estoy tranquilo, haciendo esto o aquello, no estoy sumido en una incertidumbre espantosa ni nada por el estilo.

  Pero si buscamos el origen de la palabra radical veremos que proviene del término latino ''radix'', que designaba sencillamente las raíces de los árboles, aunque, al igual que actualmente, se usaba como metáfora del origen de algo, de lo que lo causa o mantiene (la raíz de un problema, las raíces de una cultura...), y también refiriéndose a un plano más profundo, subyacente, no visible a primera vista pero esencial (uso bastante parecido al anterior). Este último sí es el sentido en el que lo usa Ortega; veamos ahora si tiene más sentido lo que dice: ''la vida implica una radical incertidumbre.'' Puede referirse no a que esa incertidumbre sea muy intensa, sino implemente a que esté en lo más profundo, en lo esencial y determinante del concepto ''vida''. ¡Ah! Ahora ya no nos choca a primera vista esta afirmación, podemos más o menos entender que sea posible, no estar de acuerdo, pero sí entendemos al menos qué quiere decir el filósofo con esto. Ahora ya podremos pasar a indagar si estamos de acuerdo o no con esto.

  La utilidad de conocer mejor el lenguaje se ve más claramente al leer libros o al hablar con gente procedente de lugares geográficamente lejanos a donde vivamos, porque las expresiones típicas de cada lugar van variando. Conocer bien el lenguaje nos ayuda a entender mejor lo que dicen otros. Veamos ahora como puede ayudar a expresarnos, el segundo motivo por el que creo que ayuda a pensar con más eficacia.

  Al conocer bien el alcance (y no solo los usos comunes) de una palabra, sabremos exactamente qué se puede decir con ella, y así podremos darle a una palabra un nuevo uso que nunca habíamos oído; es decir, saber expresar algo sin que nunca hayamos oído como se expresa. Por ejemplo, cuando nos gusta mucho una chica/chico y estamos cerca de ella/él, podemos sentir ganas de besarle. Si concretamos más, ¿cómo podemos escribir esta sensación? ¿Nos sentimos motivados? No, es más que eso, es como si nos sintiéramos empujados. ¿Impulsados tal vez? Tampoco, porque eso es como un breve empujón que nos acerca un poco. Es algo que tira de nosotros continuamente, sin descanso. Pues resulta que la lengua castellana tiene una solución: el verbo 'impelir', o sea, que habría que decir que ''nos sentimos impelidos a besar a esa persona''. Produce mucho desasosiego cuando logramos expresar exactamente aquello que sentimos, con esa exactitud, y además nos ayuda a tener las ideas muy matizadas.

  Saber decir con exactitud, y saber entender con precisión nos enriquece dándonos a conocer nuevas visiones de las cosas, y las nuestras propias. Nos permite coger exactamente aquel matiz que nos interesa y no otro, y para ello siempre es necesario darle un nombre. Es como meter el contenido, que de entrada es abstracto, en unos sacos que serían las palabras, y solo así el pensamiento puede trabajar con dicho contenido. O sea, que el pensamiento solo trabaja con ''sacos''. Disponer de todo tipo de sacos, nos permitirá tratar muchos tipos de contenido.

  Es como si en lugar de comer solo manzanas, pudiéramos comer manzanas verdes, rojas, amarillentas, pasadas; grandes o pequeñas, jugosas o secas, arenosas o triscante. Supongamos que solo nos interesara comer manzanas grandes, verdes y arenosas. No podríamos hacerlo sin haber desarrollado dichas etiquetas. Pues así, el pensamiento puede ''engullir'' la realidad a medida que se la va encontrando, y usarla para crecer.

  Esta es, pues, la primera gran utilidad que creo que le da mucha importancia a conocer las etimologías: permitir al pensamiento alcanzar más contenido, más mundo, y procesarlo y deglutirlo, como si fuera una gran máquina digestiva de información.

  Aparte de esta primera gran utilidad, hay otras dos que me parecen más secundarias pero también importantes: conocer bien las palabras nos ayuda a evitar usar definiciones circulares que no solucionan la cuestión, como es el caso de si decimos que ''para saber esperar hace falta paciencia''. Al decir eso ya se nota que no aporta mucho decirlo, y de hecho, si buscamos la etimología de ''paciencia'', veremos que es el acto de ''sufrir'' o ''aguantar'' algo (del verbo ''patior'', sufrir), por lo que, si hacemos esa afirmación, estaremos diciendo que para esperar es necesario sufrir o aguantar la espera, lo cual no aporta, en efecto, nada.

  Y otra utilidad secundaria es comprender mejor algunos conceptos; algunas dimensiones de ellos. Pondré como ejemplo algunos parecidos sospechosos como ''cultura'', rendir ''culto'', ser una persona ''culta'' y ''cultivar'' plantas; o bien ''rey'', ''realidad'', ''realismo'' y ''res'', o bien ''educación'', ''conducción'', ''abducción'' y ''duque''. Este tipo de utilidad de la etimología es muy fácil de ver en las aulas, pues es muy usada al explicar nuevos conceptos.

  Pero insisto; estos dos usos son para mí secundarios. En la siguiente parte de este artículo expondré eso de ''reencontrarnos con nosotros mismos y nuestra propia naturaleza'', el otro gran pilar que le da tanta importancia a conocer las raíces de nuestro propio lenguaje.