
Hay, pues, una dicotomía entre el lenguaje cotidiano que usaríamos espontáneamente y el usado formalmente, siéndonos éste ajeno y extraño. La sensación que acaba impregnando al lenguaje, como resultado, es la misma que al ver las ciudades, hechas de cemento, repletas de objetos de origen y función incierta, hechos de materiales de origen desconocido del que solo sabemos que no se encuentra en ese estado en la naturaleza (como es el caso del plástico, del que sabemos que no se deshace en el medio natural y que procede de una transformación misteriosa del petróleo): vivimos rodeados de frío cemento y de formas extrañas, usando palabras ajenas y viviendo entre artificialidades.
Al igual que ir a la montaña nos hace recordar que efectivamente venimos de la naturaleza y que no somos enteramente artificiales, conocer las palabras griegas de las que surgen muchas de las nuestras y muchas de las del latín nos hace recordar que el lenguaje también lo hemos hecho nosotros de forma natural, que es cálido y acogedor y no frío y ajeno, como podría parecernos.
Nosotros le llamamos hipopótamo al hipopótamo, ¿porqué? No lo sabemos. Pero los griegos decían lo siguiente: si ''caballo'' es ''hipo'' y ''río'' es ''pótamos'', entonces a esa especie de caballo que habita en los ríos lo llamaremos ''hipopótamo''.
La tierra es gea; su diosa es Gea; si queremos que nuestras cosechas sean abundantes, debemos rezarle a Gea. La memoria es mnemos; su diosa es Mnemósine y gracias a ella recordamos las cosas; los rayos los causa Zeus y los terremotos Poseidón. Todo el lenguaje griego tiene un sonido propio y se nota claramente de donde proceden las palabras derivadas. Su vocabulario refleja una imagen del mundo muy primigenia, que, en contraste con nuestro extensísimo vocabulario artificial, nos resulta inmediato y intuitivo, y por ello, fácil de usar y sencillo.
Conocer las palabras griegas es como pisar la hierba descalzo, porque te recuerda que vienes de la naturaleza y te permite comprobar, para tu tranquilidad, que el lenguaje también. Es por esto que digo que el lenguaje te hace reencontrarte contigo mismo. Esto te lo permite sobre todo el griego, con su sencillez e intuitividad, pero para sentir el castellano como propio debemos recurrir, además, al latín, especialmente, y al árabe y al idioma sajón en menor medida (para entender las palabras procedentes de ellos, como ''ojalá'')
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