lunes, 27 de febrero de 2012

El molusco matemático

  En nuestros océanos vive un molusco de aspecto prehistórico, que de hecho conserva su forma exactamente igual a la que tenía hace millones de años. Es el nautilus, y es un auténtico fósil viviente. Se le puede encontrar entorno a los 20 metros de profundidad de noche, buscando algo que llevarse a su boca con 90 tentáculos, en los arrecifes de coral del sur de Pacífico.
 
  Sin embargo, después de que describiera René Descartes la espiral logarítmica o equiangular, este inocente molusco ha cobrado mucho mayor interés, pues si hacemos un corte sagital (una sección, cortar por la mitad) de su concha, veremos que su forma espiralada se parece inusitadamente a la de la espiral logarítimica; es, de hecho, exactamente igual. Y es que además de patas, parece que este molusco tiene más cosas en la cabeza: ¡matemáticas! ¿Se conoce acaso el nautilus la fórmula de los logaritmos?

  Y no sólo el nautilus: la conchas de los caracoles, en las borrascas y en las galaxias, en las piñas y en el brocoli, entre otros muchos ejemplos. ¿También ellos saben de matemáticas? La sucesión de Fibonacci es un tipo especial de progresión que parece describir el árbol genealógico de los zánganos de abeja. Y no veo como las abejas pudieron conocer a Fibonacci.

  Una peculiaridad de las espirales logarítmicas es la autosemejanza; cada porción de la espiral es exactamente igual a cualguier otra con distintas proporciones, lo cual nos lleva a los fractales.

  Los diminutos cristales de nieve, la terminación de las arterias, de las ramas de un árbol, las nubes, los minerales cristalizados, el paisaje... Todos ellos son descritos muy bien por la geometría fractal; se repiten formas iguales a tamaños distintos, siempre con una cierta variabilidad, pero con una exactitud sorprendente.

Las frondes del helecho, que le dan nombre a la
dirección de este blog, presentan una
forma en fractales
  De hecho, un programa que es muy usado en el diseño de videojuegos y recreaciones virtuales, se basa en la geometría fractal para elaborar los árboles y la superficie de las montañas y el resultado es sorprendentemente parecido.

  Cuando el precursor del expresionismo abstracto Jackson Pollock pintó sus cuadros con técnicas de goteo y de salpicar enérgicamente con sus botes de pintura, no previó el resultado que iban a tener sus obras. Una vez más, la geometría lo describía certeramente: los cuadros de Pollock presentaban una composición en fractales.

  Y ya que hablamos de concepciones de la belleza, en la Antigua Grecia se consideraban dos proporciones ideales para las columnas: las de capitel dórico, con proporciones masculinas, de una altura de 6 veces la base, y las de capitel jónico, con una altura de 8 veces la base. La Catedral de Chartres, del siglo XIII, parece contener en las proporciones de su arquitectura métricas ideales basadas en la proporción áurea y en consonancia con los intervalos de las notas musicales.

Interior de la Catedral de Chartres
  Se creía que dichas proporciones ideales provenían de Dios, y así las reflejaron en el diseño del edificio. Por otra parte, de todas las combinaciones de frecuencia en los sonidos, sólo algunos pueden ser considerados como música para nosotros; los demás serían ruido. Esto sería lo que diferencia una bocina o una alarma del canto de un pájaro o de una nota cualquiera de guitarra. ¡Y la posición en la escala de frecuencia de dichos sonidos agradables también se corresponde con relaciones proporcionales!

  Pero, ¿qué son estas constantes formales con las que nos encontramos una y otra vez y que son hacia las que la naturaleza tiende? ¿porqué está el número pi en todas partes? ¿Nos los ha dado Dios? ¿Son éstas la Ideas superiores y eternas de Platón? ¿O la naturaleza es caótica por mucho que tratemos de encontrarles sentido con nuestras facultades del entendimiento? ¿qué hace bellas esas proporciones consideradas bellas? Tal vez un día que vayamos alegremente por el monte descubramos un árbol que no hay forma de describir desde la geometría que tenemos desarrollada hasta ahora, o que nos parezca más bello que cualquier otra forma hasta ahora conocida.

  Una posible respuesta nos la da Hans Haacke, artista conceptual alemán muy controvertido por algunas obras pero muy filosófico por otras (¡búsquese en internet!), y a nosotros nos interesa esa última faceta: en su cubo de condensación quiere mostrarnos como nuestra racionalidad impone orden a la caótica naturaleza.
  Consiste en un cubo transparente en cuyo interior se condensan gotas de agua que van resbalando. La condensación del agua depende de la temperatura en donde se encuentre, esto es, el lugar de exposición. Con esto, el autor nos deja de relieve que 1)la obra y la interpretación que suscite estará condicionada por su lugar de exposición (la ubicación en la sala, las condiciones ambientales... etc.), 2) al no ser una obra estática sino un sistema cambiante, el espectador nunca podrá verla dos veces en idéntico estado, y nunca la conocerá del todo; y 3), aunque pretendamos darle nuestro orden al mundo (orden simbolizado por la forma cúbica), éste siempre será caótico y no como nosotros creemos verlo.
Círculos incompletos de Long, en el
CaixaForum de Madrid

  Así, una percepción ordenada y racional que nosotros tengamos siempre será sólo eso, percepción. La realidad seguirá estando detrás. Y entonces las matemáticas serían un orden racional para que podamos comprender la naturaleza, una forma de abreviar tanto caos. Tal vez los fundamentos de las matemáticas estén no en la naturaleza, sino en las características de la percepción y el entendimiento. Esto nos lo muestra muy bien Richard Long en sus círculos incompletos; automáticamente tratamos de completarlos y darles una forma con sentido: el círculo.

  Supongamos entonces que el nautilus no sabe de matemáticas; sólo sigue alegremente con su vida submarina y nosotros los humanos, pensadores obsesionados, vemos como se repite en él formas que la misma naturaleza nos ha enseñado.

lunes, 19 de diciembre de 2011

La represión de la estética (2)

Cuando el pensamiento estalle el espacio y disuelva el
tiempo, sólo quedará, brillando, la belleza pura.


  La represión de la estética es mucho más que una faceta de las personas a la que no dejamos ver la luz; no es un rasgo que haya simplemente involucionado o que atamos para que no crezca; es reflejo de una tendencia muy arraigada en nuestra cultura. Se tiende a oprimir la naturalidad entera, nuestra auténtica forma de ser. De pequeños, nos enseñan que debemos comportarnos de una forma ''correcta'', y nuestro yo queda bien atado y tapado para que no lo vean los vecinos, ¡a saber qué dirían!

  Aunque Freud no me caería bien, como expresé en otra ocasión, esto es el súper-ego, es un comportamiento que hacemos como si fuera genuino, ¡pero no lo es!, el pensamiento genuino está reprimido, y por eso la gran dificultad de las ciencias de la educación es lograr que los estudiantes estudien queriendo, porque están tan acostumbrados a dar respuestas como si fueran suyas que ni se sorprenden cuando tienen que estudiar contenidos que ni les interesan ni les despiertan el interés.

  Esa expresión los muestra claramente, ''despertar el interés''. Es que éste está dormido, no puja por dirigir la mirada hacia lo llamativo y curioso, y de esa forma nuestro pensamiento no da evolucionado y lo que se estudia le queda a desmano, no a continuación de sus reflexiones, que quedaron olvidadas en las entrañas de uno mismo. 

  Esto Vygotsky lo expresaba así: la enseñanza no se centra en el área de desarrollo próximo, queda fuera de ella, no suponiendo crecimiento alguno para los aprendices. El célebre Paulo Freire lo expresaba así: ''albabetizarse no es enseñar a decir palabras, es enseñarles a decir su palabra'', y decía también: ''Los profesores responden a preguntas que los estudiantes no han formulado.''

  Es también por el efecto de reprimir al pensamiento genuino que al menos una vez a la semana necesitamos salir por la noche, olvidarse de uno mismo, ya que esto es problemático y angustioso; ¿quién debo ser? Necesitamos tomarnos un respiro y divertirnos, porque tememos no ser quién ''debemos''. 

  Para mí eso es lo que subyace a la represión de la estética, una represión del pensamiento espontáneo, y creo que eso es un rasgo cultural, pero también creo que es algo que no domina por todas partes; nada puede encarcelar el pensamiento una vez ha nacido. El otro día fui a una obra de teatro en la que unos monos eran dotados con la capacidad de pensar, y tras comenzar a hacerlo se volvían muy pedantes, insoportablemente pedantes, recitando frases y palabras para simular que efectivamente, que sabían mucho. Pero uno de ellos gritaba cada vez más alto ''¡cinco por ocho son cuarenta!'', que representaba cómo el pensamiento puro volvía a surgir, cada vez con más fuerza, hasta que todos se callaban; rompía con esa situación de inteligencia simulada.

   Es un rasgo cultural con el que se ha ido rompiendo paulatinamente desde el siglo XIX, por ejemplo con la educación pública y después con el desarrollo de nuevos paradigmas educativos; o se refleja también muy claramente en la gran diversificación que sufrió el arte en el siglo pasado. La liberación de la estética no ha hecho más que empezar.

  La razón es como la higuera estranguladora, que cuando nace, está totalmente rodeada y superada por otro árbol, pero nada hace que deje de crecer aunque sea un poco, y cuando sus raíces se hundan profundo en el suelo, sus ramas se alzarán rápidamente sobre los demás árboles y abrazarán las estrellas, y sus frutos nos deslumbrarán.

  El sentido estético, cuando se libera de los prejuicios de la cultura, quiebra, destroza y hace estallar el espacio y voltea, invierte, derrite y disuelve el tiempo, y se convierte en belleza pura. Por eso necesitamos el arte; no nos llegan las palabras para expresarnos; si sólo hubiera palabras nuestros instintos serían inefables. Sólo la música, las formas impuestas a la materia en la arquitectura o las ideas escondidas en la pintura tienen esa ansiada libertad.


domingo, 18 de diciembre de 2011

La represión de la estética (1)

  Estas cavilaciones comenzaron también como muchas otras suscitadas por una inocente conversación con mi padre sin mayor ambición que comentar peculiaridades de algunas personas, que parece que necesitan acompañar sus explicaciones de onomatopeyas para ilustrar lo que dicen; parece que no le llegan las palabras ni los gestos. Más aún, hay personas que cuando imaginan, por ejemplo, una conversación que van a tener, no pueden evitar poner caras como si estuvieran teniendo esa conversación, ¡e incluso usan gestos!

  Bueno, miento: estas cavilaciones debieron comenzar en otra conversación, menos inocente alomejor, en la que comentaba como algunos niños ponen las manos delante de la cara, cruzan los ojos, dejan de ver, y a saber cuánta energía llegan a invertir en imaginar y crear en su cabeza lo que les da la gana. Se abstraen por completo de lo que les rodea, y pueden hacerlo cuando quieren, no cuando se combinan las variables para entretenerse lo suficiente con algo; estado de 'flujo', tal como lo llamaba un psicólogo checo de nombre impronunciable. Estos niños se abstraen cuando quieren, ¡es una increíble capacidad!

  Conozco varios casos de niños de esos; en realidad uno ya es un adulto, y ha dejado de hacer lo de usar las manos para imaginar. Claro, de pequeño le decían que no lo hiciera, que cosa más rara, hombre, ¡que extravagante comportamiento está teniendo este niño! ¡Qué ideas tan originales! Mejor que no las tenga.

  Está bien: he vuelto a mentir. Estas cavilaciones debieron empezar a cocerse cuando, en clase de psicología de la educación esta semana, vimos un vídeo (que dejo al final de esta entrada) que entre otras muchas cosas decía que un estudio muestra como los niños más pequeños proponen más usos para un clip que los niños más mayores, ¡y ya no digamos que los adultos! Su pensamiento creativo disminuye a lo largo de la vida.

  Que la educación es algo que va mal es algo que se oye mucho, que la creatividad apenas se aprovecha también se oye lo suyo. Pero tenemos la suerte de que en algunos niños aquella se abre camino a través de los bloqueos, rompe sus ataduras y escapa a ellas, como la higuera estranguladora nace rodeada y superada por un árbol mucho más grande, pero crece, echa raíces, y ya todas las plantas que la ven saben lo que va a pasar: una vez hunde profundamente sus raíces, ya nada puede detener su crecimiento, crecerá tan alto que sus ramas abrazarán las estrellas y sus frutos nos deslumbrarán.

  Pero mientras tanto, el sentido de la estética es reprimido por los bloqueos que la cultura les impone; ojo, que la cultura no dejamos de ser nosotros mismos. Tememos no dar la talla, que nos den la espalda cuando tenemos lo que nosotros creíamos una buena idea. Tememos que le den la espalda a la originalidad, y se apaga en nosotros el sentido estético, no crece, se duerme en nuestro núcleo y se queda sin fuerzas para salir a la superficie.

  Y mientras tanto, mientras la estética está reprimida, los tópicos, los estereotipos y los prejuicios (en el sentido más amplio de la palabra, todo juicio hecho previamente a consultar la impresión que algo nos causa) dominan el mundo.

  Pero si bien he mentido en cuanto a cuando comenzaron mis cavilaciones, no he mentido en cuanto a cuando ''echaron raíces y sobresalieron sobre los demás árboles''. Paseaba por la espléndida catedral de Santiago de Compostela, la que le da nombre a la ciudad, la que dio el impulso inicial a que hubiera poblado alguno, la que concentró en el pasado tantos artistas e intelectuales que fue inevitable que se fundara una universidad en Santiago. Y me llegué a la fachada de Azabacherías y vi como la habían ''limpiado'', ''adecentado'', ''sacado brillo'', etc. Para mí perdió todo el brillo que tenía, la dejaron con piedra pulida como si la hubieran inaugurado ayer, como un edificio más. Perdía todo el protagonismo sin sus líquenes y sus musgos. Reconozco que el musgo daña la piedra y puede deteriorar la escultura, es necesario un cierto mantenimiento, ¡pero nada justifica tan horrible ''limpieza''!

  Pero no acabó ahí la indignación: aún después cuando pasé por un céntrico punto como lo es la Plaza Roja, vi como la estaban ajardinando, y vi por enésima vez los jardines que se ven en todas partes: florecillas de no más de 15 cm de tamaño, no vaya a ser, todas alineaditas, que no parezca que estén desordenadas o que crecieron sin que se pretendiera, ¡no por Dios! Agrupadas por colores, haciendo tímidas figuras... es el mismo estilo de ajardinamiento que planta los mismos arbolitos en todas las aceras de todas partes, y el mismo que hace que veas paseos llenos de palmeras tanto si vas a Cádiz como a Oporto como a Vigo como a La Coruña. Admito que está bien poner jardines, y qué tampoco hay que plantar estrambóticas selvas en medio de la urbe, ¡pero nada justifica el uso del mismo maldito estilo a lo largo y ancho de todas las ciudades!

  Nada lo justifica, pero hay algo que sí lo explica: la represión de la estética.

(Continuará)


  Dejo a continuación el vídeo visto en clase acerca de, entre otras cosas, porqué se reprime la creatividad.






martes, 6 de diciembre de 2011

Oporto, Oporto

Zona antigua de Oporto vista desde la Torre dos Clérigos
  Este fin de semana he tenido la oportunidad de conocer Oporto, la ciudad lusa que le da nombre a su país y que se encuentra en la desembocadura del río Duero.

  Con sus 237.559 habitantes, 1.816.045 en el área metropolitana, es la única rival económica de Lisboa en Portugal. Famosa por su célebre vino y la francesinha (carnoso sandwich que recomiendo tomar pero con el estómago bien vacío), cuenta además con una sustanciosa oferta cultural: unos 10.000 eventos anuales, museos, iglesias, catedrales, enormes puentes sobre el Duero, un casco antiguo laberíntico, desordenado y con su propia idiosincrasia; y por supuesto también edificios modernos, póngase el Museo de Arte Contemporánea del parque de Serralves, o mejor aún: la Casa da Música.

Casa da Música
  Diseñada por el arquitecto holandés Rem Koolhas, es un auditorio con salas de posibilidades muy flexibles y diseño ''muy exhuberante'', según el New York Times, que también califica el edificio cómo ''el proyecto más atractivo del autor''. Aparte de ser aclamada por su diseño, es considerado el auditorio musical con mejor acústica del mundo.

Torre dos Clérigos
  Pero yo apenas tuve la oportunidad de entrar y echar un vistazo a una de sus salas. Mi recorrido por Oporto comenzó en la céntrica calle Cedofeita, en una zona repleta de tiendas de artesanía con adornos realmente originales, que combinaban gallos (el símbolo de Portugal), botones, chapas, broches y motivos que rallaban en lo hortera y lo desfasado pero resultaban atrevidos y le conferirían mucha personalidad a quien los llevase. Tras pasar la plaza de Gomes Teixeira, mi anfitriona y yo nos dirigimos a la Torre dos Clérigos, una torre construida en 1763 que constituye el campanario de la iglesia barroca del mismo nombre, y que, con sus 76 metros de altura, ofrece las mejores panorámicas de Oporto desde su propio centro.

  A partir de ahí, recorrer la ciudad fue un goce continuo cuando me daba la vuelta y veía por casualidad una iglesia enorme, veía increíbles edificios modernistas abandonados, estábamos en el centro y a la vez en medio de ninguna parte, salían calles estrechas con edificios desmesuradamente altos y ya no digamos al cruzar el puente de Don Luis sobre el Duero, desde el que se veía toda la Ribeira, con sus casas de piedra, abandonadas, algunas cubiertas por la vegetación, otra con una máquina de coser en el tejado, otra con un gato gris que te miraba serio como diciéndote: ''pues a mí no me hace ninguna gracia.''

Vista de la Ribeira desde Vila Nova de Gaia. A la derecha
se ve una parte del puente de Don Luis, por el que pasa el
metro; y a la izquierda de todo, la torre que sobresale es la
Torre dos Clérigos.
  Las vistas de la Ribeira desde el otro lado del Duero, en Vila Nova de Gaia, son increíbles, y ya no digamos sumergirse en sus callejuelas, sus soportales y sus calles cubiertas. Esta fue sin duda la parte que más me gustó.

  Confieso que Oporto me ha encantado, y que me gustaría volver y ver todo eso que según tengo oído me perdí, pero admito que tampoco me he enamorado incondicionalmente. Lo más interesante del viaje tal vez haya sido experimentar esas sensaciones que la ciudad me transmitía, como si estuviera conociendo a una persona.

  Creo que uno puede sentir el equivalente enamorarse pero referido a una ciudad, y al igual que si fuera con una persona, no siempre lo puedes entender ni predecir, simplemente te afecta, lo sientes, eres víctima de las sensaciones que la urbe te transmite, y aunque no seas capaz de justificarlo, no te queda otro remedio que admitir que volverías a verla, que te gustaría vivir con ella y que nunca te cansarías de conocerla.

  En ese sentido, viajar despierta partes de uno mismo que ni siquiera sabíamos que estaban ahí, y nos despierta la espontaneidad, y desplaza esa manía que tenemos de justificar que algo nos encante, fundamentar nuestros sentimientos por si alguien los cuestiona. ¡Pues no! A veces algo como una ciudad (o una persona) nos encanta, nos hace estremecernos en los más hondo y ni siquiera somos capaces de darle una explicación, simplemente te hechiza y pasas a no poder parar de recordarla, admirarla y sonreír cuando la ves.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Lo veo pero sólo si lo creo

Puente sobre el Regato da Ponte da Achas
  De todos los fenómenos que afectan a la consciencia y al mundo interior de la persona, el que más me llama la atención es el de la autosugestión. Con ello me refiero a tener sensaciones (que pueden ser visiones, sensaciones táctiles o de movimiento) que aunque nada en el entorno nos la esté causando, las sentimos como si fueran reales.

  Cuando digo que me llama la atención, me refiero a que me sorprende, a que me rompe un poco los esquemas. Sin embargo, no me parece que sea de vital importancia para estudiar a las personas, o para entender porque nos gusta salir de fiesta, porque estudiamos aunque no nos guste en el momento, y bueno, en general porqué somos cómo somos, como el nombre del libro de Eduard Punset. No, es cómo un fenómeno anecdótico, muy extraño, pero anecdótico. Me recuerda en eso al sentido del humor, a la risa y a las cosquillas, un fenómeno también muy raro. Pero de eso podemos hablar otro día.

  La primera vez que me di cuenta de que ocurre la autosugestión fue cuando oí una tradición de un pueblo cercano a la Cañiza, en la provincia de Pontevedra, según la que cuando una joven no lograba tener hijos, debía bañarse en un riachuelo que pasa por allí, llamado Regato da Ponte das Hachas, justo debajo del puente que lo cruza en la noche de San Juan. Según lo que el conocimiento científico y nuestro pensamiento racional nos dice, nada puede tener que ver la combinación de río y noche de San Juan para causar un aumento de la fertilidad de una mujer, pero el hecho es que así era, después de bañarse en tales condiciones, todas las mujeres lograban dar a luz a hijos.

  Un médico en el siglo pasado hizo un estudio de todas esas tradiciones y creencias que tenían resultados inexplicables, que también se pueden observar en rituales mágicos de otros pueblos, y los explicó aludiendo a los efectos que tenían las expectativas de la personas en el resultado. Llamó 'psicosomática' a esa influencia, y documentó un montón de casos más. Pero no hace falta indagar en tradiciones remotas de pueblos perdidos en la Galicia profunda: el mismo efecto es el que se ha observado que ocurre en la hipnosis.

  La hipnosis es un curioso fenómeno en el que unos no creen mientras otros creen que pueden inducirte la creencia de que eres un pollo mediante hipnosis. Mientras tanto, en Brasil, y volviendo a mujeres teniendo hijos, en los hospitales donde carecen de medios para anestesiar a sus pacientes, los hipnotizan para que no sientan dolor; especialmente a las mujeres que están de parto.

  La hipnosis se utiliza desde hace poco como tratamiento psicológico para superar los efectos de traumas, y desde hace más de un siglo en la terapia psicoanalítica para curar trastornos de ansiedad y los que históricamente se ha dado en llamar 'histeria'. Lo más llamativo de la hipnosis es que sólo funciona en los pacientes que creen que funciona, por lo que suele ser eficaz con personas imaginativas.

  En cierto estudio del que me hablaron una vez, se dijo a los sujetos que iban a beber un whisky muy cargado de alcohol, cuando en realidad sólo era agua. Los sujetos acabaron por los suelos, cómo si estuvieran ebrios, ¿o estándolo realmente?



  Los monjes budistas son capaces de aguantar mucho más frío del que puede soportar una persona normal sólo con meditación e ignorando la sensación. En la histeria, uno de los clásicos síntomas era que a la paciente (solía ocurrirle a mujeres) se le quedaba inmovilizado un brazo, sin haber fallo alguno a nivel físico. Las clasificaciones actuales de la psicopatología ya no hablan de histeria, sino de trastornos somatizantes, en los que la ansiedad se expresa con síntomas físicos tan extraños cómo no ser capaz de levantarse, desmayarse, perder la visión (pero curiosamente sin chocar contra ningún obstáculo si tratan de caminar) y dolores muy localizados, también sin base física.

  Lo que se extrae de todos estos casos es que hay sensaciones que tenemos sólo si nos lo creemos, lo cual es sumamente inquietante: sólo por convencerme a mí mismo puedo creer que realmente he dejado de ver, que ya no puedo caminar, que algo ha cambiado en mí... Puedo tener fiebre sólo creyéndomelo, y ¡las mujeres pueden ser más fértiles sólo creyéndoselo!

  En algunos casos de alucinaciones esto puede ser perfectamente lo que ocurra, no necesariamente tiene porqué haber un daño o déficit biológico. Por miedo a estar loco, puedo acabar convenciéndome de que estoy loco, y temiendo que me quieran venir a raptar, puedo acabar gritando en medio de la calle. Es decir, que puede haber locos que en realidad no lo estén, sino que tengan activado y consolidado un círculo vicioso de ansiedad y delirios.

  En mi opinión este es un fenómeno aparte del pensamiento; no se explica por la convicciones de la persona, ni las automáticas ni las construidas conscientemente; sencillamente no tiene que ver con el pensamiento ni con la conciencia, aunque influya en ella. Por eso creo que el fenómeno de la autosugestión o psicosomática no es muy interesante para entender a las personas, pero sí muy llamativo por sus implicaciones tan extravagantes.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El onírico mundo de Dalí (2)

 Figuras humanas con cajones
en La jirafa en llamas
  Ahora toca abordar los dos puntos más interesantes de este artículo: Dalí y Freud, y La ciudad de los cajones, la obra con la que me animé a escribir este artículo. Pero debo hacerlo rápido, porque últimamente en la carrera contra el tiempo, éste me pisa los talones, y el ahora puede convertirse en antes pero yo seguir en el ahora.

  Sigmund Freud es el célebre psiquiatra que hipnotizaba a sus pacientes, le preguntaba a las histéricas por la vida sexual y a los niños, que no sabrían responder, les analizaba los sueños para concluir que aunque no se les podía calificar de neuróticos todavía, lo serían de mayores.

  Tal vez sea más célebre por su integradísimo sistema filosófico, que comprende una concepción completa del ser humano, la cultura, la mente, los sueños, la psicopatología, el desarrollo humano, etc., e inició esas tradiciones de análisis de los indicadores encubiertos que nos dan acceso directo al subconsciente, el supuesto determinante último de nuestros actos e intereses: el análisis de los sueños, de los gestos, de la letra, de la firma, de los dibujos, del sentido del humor, de lapsus linguae, del juego en los niños pequeños, de las manías, las interpretaciones de manchas ambiguas cómo las del test de Rorschach... Vamos, que no dejó títere con cabeza.

  El Psicoanálisis, la corriente de la psicología que él fundó, fue en buena medida inspiradora de la corriente del surrealismo. Los poemas surrealistas se valían del método de la libre asociación de palabras (consiste en que, a partir de una palabra, debes decir seguidamente todas la que te vengan a la cabeza; este sería otro de esos indicadores encubiertos), y Dalí, que se autodefinía cómo el mesías del surrealismo pictórico, también ingenió un método para buscar la inspiración: el método paranoico-crítico.

  Dicho método permite salir al exterior las conexiones irracionales que pueda haber entre objetos, ocultas en la mente. De ahí salen esas figuras de doble interpretación tan propias de Dalí, y esas conjunciones tan extrañas como relojes blandos en una rama seca, jirafas ardiendo o una chica desnuda que se puede abrir en cajones. Aunque este método fue muy aclamado por otros surrealistas como André Bretón, y tiene muchas aplicaciones -cualquier actividad artística o creativa-, tiene algunos inconvenientes: las conexiones irracionales que te vengan a la cabeza a veces pueden ser inoportunas para exhibir públicamente, y además, para Dalí, ''el método no funciona si no se posee un motor blando de origen divino, un núcleo viviente, una Gala -y sólo hay una-.'' Afortunadamente para el artista, nada de eso era un obstáculo: estaba casado con Gala y no tenía problema alguno en exhibir las ocurrencias más delirantes públicamente, cómo podemos comprobar en El Gran Masturbador.
Según Dalí, el cráneo de Freud era un
caracol y su cerebro una espiral
que había que sacar con una aguja

  Pues no sólo resulta que estos dos personajes -Freud y Dalí- se llegaron a conocer, sino que además cada uno dejó un testimonio personal acerca de qué le había parecido el encuentro.

  Freud:
  ''Hasta ahora me inclinaba a pensar que los surrealistas, que parecen haberme elegido como santo patrón eran unos locos absolutos (pongamos que el 95% como el alcohol). Pero el joven español, con sus ojos cándidos y fanáticos y su innegable maestría técnica me ha sugerido otra apreciación y a reconsiderar mi opinión (...). Hay allí, en todo caso, serios problemas psicológicos.''


  Dalí:
Freud también tenía sus cajones.
''Debía verme con Freud, finalmente, en Londres. Me acompañaban el escritor Stephan Zweig y el poeta Edward James. (...) Contrariamente a mis esperanzas, hablamos poco, pero nos devorábamos con la vista. Freud sabía poco de mí, fuera de mi pintura, que admiraba, pero de pronto sentí el antojo de aparecer a sus ojos como una especie de dandi del ''intelectualismo universal''.
  Supe más adelante que el efecto producido fue exactamente lo contrario.''


  Yo:
  No sé quién está peor. Ambos eran megalomaníacos, lo cual no necesariamente tiene porqué estar unido al hecho de ser un genio o no. Sin embargo yo creo que se me haría más incómodo hablar con Freud, ya no sólo porque al hablar lenguas distintas no podríamos entendernos, sino porque, por lo que tengo visto acerca de su forma de ser, me da la impresión que era de esas personas que te miran  pensando algo sobre ti que no está dispuesto a compartir contigo, cómo si fueras un animal de curioso comportamiento, no cómo a un igual. Mi experiencia me dice que estos individuos, que tratan de sentirse con el control de la situación, pretendiendo que sólo sea un juego, son individuos que temen precisamente perder el control del entorno, pretenden catalogar a la persona para que así deje de suponer un miedo, lo cual encaja con buscar esos determinantes del comportamiento fuera de la conciencia, y subestimar e incluso ignorar las intenciones voluntarias y conscientes de su interlocutor.

  En efecto, muchos de los amantes del psicoanálisis se dejan seducir por esta ilusión de control que estas teorías le proporcionan, y este tipo de persona se ha llegado a convertir, por desgracia, en un estereotipo del psicólogo clínico: el señor de traje que mientras le cuentas tus preocupaciones, pone una cara, apunta algo y te sigue mirando. Pero esta personalidad desde luego no sólo son psicoanalistas, ni tampoco todos estos encajan con esta forma de ser. Yo tenía una amiga que se resistía a ir a un psicoterapeuta a pesar de sus problemas anímicos porque se imaginaba esa situación. La verdad, hace tiempo que no hablo con ella...

  ¡Está bien! Freud decía que Darwin le había asestado un golpe al ego de la humanidad al afirmar que el ser humano era un animal más y que era pariente de los primates; y un segundo golpe al ego sería el de afirmar que no somos totalmente dueños de nuestros actos, sino que estamos muy influidos por procesos inconscientes, culturalmente inaceptables.

  Y Dalí decía que ''la única diferencia entre la Grecia inmortal y los tiempo contemporáneos es Sigmund Freud, quien descubrió que el cuerpo humano, puramente platónico en la época de los griegos, está ahora lleno de cajones secretos que sólo el psicoanálisis es capaz de abrir.''

  El psicoanálisis es un duro golpe para el racionalismo, que sobreestima la voluntad y el conocimiento, no escapando nada al escrutinio del yo. Con el psicoanálisis aparece la idea de que tal vez los motivos que nos mueven a veces están ocultos a nosotros mismos; son inconscientes.

  Y, en 1936, Dalí nos lo dice así:





  La Ciudad de los Cajones nos muestra una mujer a la que se le han abierto unos cajones por todo el cuerpo, esos cajones dónde se ocultan lo que realmente motiva su comportamiento, pero que trata de ocultar para sí misma habitualmente.

  Yo no estoy de acuerdo con el determinismo, y el psicoanálisis freudiano es una cierta forma de determinismo; este es el fondo de la cuestión. Por eso se opone el psicoanálisis al racionalismo, porque este nos dice que la persona decide su destino, que es dueña de su voluntad y de sus actos. Y por eso a algunos les tranquilizan las predicciones que hace el psicoanálisis: son seguras, inamovibles; son determinantes.





 Pero, si ni el racionalismo ni el determinismo, ¿entonces qué? ¿Cómo soluciono ahora ese enfrentamiento entre ambos planteamientos? ¿Cogeré un poco de uno y un poco de otro? ¿O me echaré atrás y me quedaré con uno de ambos? Eso debía haberlo pensado antes de ponerme a analizar la filosofía subyacente a la obra de Dalí y el psicoanálisis; ahora no me queda más que salir de este lío en que me he metido.

sábado, 5 de noviembre de 2011

El onírico mundo de Dalí (1)

Salvador Domènec Felip Jacint
Dalí i Domènech
  ''La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco''. Sólo un genio sería capaz de sorprendernos con tan agudo razonamiento, y ese sólo podía ser Salvador Dalí, quién ya ha aparecido mencionado en algún otro artículo (véase ''Que se haga la luz: el insight'').

  Para reunir información sobre el autor recurrí a un libro tan grande que dije: ''Lo que no hay aquí no existe.'' Pero resultó estar pensado para eruditos en arte, y con ''erudito'' me refiero a de catedrático para arriba. De modo que recurrí a mi padre, que siempre lo sabe todo, y él se limitó a decirme ''No le busques la lógica; déjate llevar por la poética.''

  Cómo ni mi padre ni aquel temible libro estaban dispuestos a ayudarme, tuve que resignarme a hallar consuelo en internet, y mamá wikipedia acudió a socorrerme.

  Salvador Dalí nació en octubre de 1901, pero a los tres años murió por un catarro gastroenterítico infeccioso, por lo que decidió volver a nacer 9 meses después, en 1904. Al menos eso creía el Dalí que conocemos; otros afirman que sus padres decidieron ponerle el mismo nombre al nuevo hijo que el que acababa de fallecer.

  Cómo buen genio que era, mostró ser muy precoz en su habilidad artística: a los 12 años comenzó a hacer dibujos en carboncillo, a los 15 colaboró en una revista de estudiantes publicando escritos sobre pintores célebres y a los 18 entró en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid.

  Pero un año antes de eso recibiría un duro golpe: el fallecimiento de su madre por cáncer de mama. Para él, en sus propias palabras, supuso ''perder el ser con el que contaba para hacer invisibles las inevitables manchas de mi alma''. Su padre después de eso, se casaría con la que antes era su cuñada; la hermana de su mujer.

  En la universidad conocería a otros grandes artistas cómo lo son Luis Buñuel, autor del cortometraje en el que le cortan un ojo a alguien con una navaja de afeitar, más conocido como ''Un chien andalou'' (''Un perro andaluz''), al célebre poeta Federico García Lorca, quien, según parece se interesó por Dalí para algo más que amistad y éste tuvo que darle calabazas (metafóricamente hablando) y otros futuros artistas.

  La personalidad de Dalí es singular, al igual que sus obras. Ambos son combinaciones muy nuevas: la excéntrica forma de ser del personaje sólo era igualada por sus obras. En una conferencia que dio él mismo, acudió con una escafandra, incluso con casco, que se tuvo que sacar para respirar en algunos momentos. Anécdotas sobre Dalí hay a patadas, al igual que pinturas, obras, dibujos, decorados para películas, y un largo etcétera.


  La que tal vez sea su obra más famosa la hizo con 27 años: la Persistencia de la memoria, o Los relojes blandos. Este fue el cuadro a través del que le conocí yo, cuando solo era un yogurín. Es el resultado del método de búsqueda de inspiración de Dalí (método paranoico-crítico) y una indigestión de queso Cambembert.



  Es un cuadro muy sugerente: los relojes derritiéndose, los insectos, saliendo de ellos, el árbol seco sobre esa especie de mesa perfectamente pulida, esa extraña forma en el suelo, la playa, el mar en calma, la otra superficie pulida al fondo, los acantilados... Todo ello con esa línea tan precisa y tan limpia que caracteriza la obra de Dalí y que le da un toque más onírico si cabe.

  El paisaje del fondo es la bahía de Port-Lligat, dónde el pintor vivía con su esposa Gala, y se ha sugerido que esa extraña forma del suelo era un autoretrato. De los relojes blandos es sobre lo que más se ha especulado.

  De todas las interpretaciones, con la que me identifico es la del rechazo del tiempo lineal y determinista, un molde dónde se pueden ir encajando los sucesos unos detrás de otros, concepción que viene representada por los relojes, y rechazo que el autor simboliza derritiéndolos. La concepción lineal del tiempo es determinista porque hay una cadena predefinida de sucesos que tendrán lugar, sin más, lo cual lleva a la predestinación. La persona es espectadora de dicha cadena sin poder evitarlo, sin poder intervenir.

  Pero Dalí nos habla de una nueva concepción, que se corresponde con la de la Relatividad de Einstein: el tiempo no es algo distinto de los fenómenos que ocurren, es una forma abstracta de referirse al período ocupado por eventos, pero que sin dichos eventos no puede existir. Por eso al día siguiente de una noche de juerga el día nos pasa más rápido: estamos atontados, funcionamos más despacio y no tenemos energía para pensar en muchas cosas, con lo que, al atender a menos cosas, nuestro alrededor, que sigue funcionando a la velocidad de siempre, nos parece que transcurre más rápido.

  Cuando me lo paso bien con alguien suelo decir que ojalá tuviera un brebaje que nos haga funcionar más rápido para poder vivir mucho más en el mismo periodo de tiempo. Cuando quiero que el tiempo pase de una vez, sé que cuanto más entretenido esté, más rápido pasará, así que cojo mi blog y empiezo a escribir.

  Por eso a veces enfoco el día a día como una carrera contra el tiempo, y él me gana cuando parece que es muchísimo, pero yo le gano cuando me concentro en mi objetivo, y me mantengo tan ocupado que, cuando en ocasiones echo un vistazo, descubro que las semanas transcurren vertiginosamente.

  Aún quiero sacarle más partido a la obra de Dalí, así que en mi próximo artículo comentaré la relación entre Dalí y Freud, el método paranoico-crítico diseñado por el artista, y algún cuadro más como La Ciudad de los Cajones.