lunes, 31 de octubre de 2011

Vivamos como las termitas

  Aunque Zeus confió a Prometeo la tarea de repartir entre los animales las distintas facultades y habilidades, éste cedió a los ruegos de su hermano Epimeteo para que le dejara a él hacer tal reparto. Así, dio a los guepardos las agilidad, a los escorpiones su aguijones afilados, a los camaleones la capacidad de mimetizarse con el entorno, a los cisnes su belleza; y así sucesivamente. Pero, torpe de él, se dio cuenta de que ya había repartido todos los dones y aún le quedaba una especie por recibir su cualidad: el mono desnudo, el ser humano (cuya población de áquella, curiosamente, estaba compuesta sólo por hombres). Éste se había quedado sin fuerza, sin especial velocidad, sin un pelo que lo protegiera del frío, sin un buen olfato... De modo que Epimeteo acudió a su hermano Prometeo a confesarle su error.

  Prometeo sintió lástima de aquel último animal, que quedaba condenado a la desaparición sin un don especial, y decidió una arriesgada maniobra: fue hasta la fragua de Hefesto, en el volcán de la isla de Lemnos, y le robó un poco de su fuego, para dárselo a los hombres. Desde entonces éstos supieron arreglárselas, naciendo así el arte, la literatura y al inteligencia en general.

  Zeus, al enterarse, castigó a Prometeo enviándole una mujer: Pandora, que fue por tanto la primera mujer sobre la Tierra (es un castigo del que, personalmente, no me quejo). Al ver que Prometeo no le hacía caso y ella prefería quedarse con Epimeteo, Zeus ingenió un castigo algo más cruel: le condenó a quedarse en el monte del Cáucaso, dónde su hígado era devorado cada día por un águila y se regeneraba cada noche. Estuvo sufriendo tal destino hasta que Hércules lo liberó.

  Lo interesante de este mito es que el fuego, que simboliza la razón y la inteligencia, nos fue otorgado de un modo distinto al resto de los animales, es un don divino que no deberíamos tener, que nos eleva a un nivel superior al resto de los animales. Es cierto que somos un poco raros, pero, ¿superiores? ¿mejores? ¿señores de algo?

   Damos por hecho que por naturaleza estamos por encima de la naturaleza, fuera de ella, inmunes a ella y a la vez, dueños de ella, como si pudiéramos controlarla a nuestra merced.

  Pero esos grandes rascacielos, el acero, los aviones, y nuestras sociedades más organizadas no están ahí desde siempre, lo están como resultado de nuestros mejores esfuerzos. Otros animales, en cambio, sí lo hacen desde siempre y ni siquiera lo saben.

  Las colmenas de las abejas son auténticas maravillas de la arquitectura, tanto por el material usado (la miel, la fácil de producirla a partir del polen de las flores, el peso que soporta, su dureza una vez seca es la óptima, su aislamiento térmico, etc. etc.), cómo por la forma de la unidad básica (el hexágono, la forma geométrica más cercana al círculo, que sería la perfecta, pensada para encajarse como ladrillos, y que además es la idónea para servir de habitáculo para las crías y facilitar su alimentación y mantenimiento) y la simplicidad de la estructura. Ya quisiéramos nosotros colgar edificios de una rama.

  Las termitas de la sabana, sin necesidad alguna de un sistema de aire acondicionado, mantienen a 30'5 grados la temperatura interior de sus torres a pesar de que el exterior tiene una amplitud térmica de hasta 40 ºc. Son auténticas metrópolis de hasta 8 metros de altura que se regulan solas por su diseño, perfecto para la fluidez de comunicación en su interior y para el cultivo de los hongos que comen sus habitantes. Ya quisiéramos nosotros producir toda nuestra comida dentro de casa y sin ni siquiera necesidad de ninguna instalación eléctrica.

  Los camaleones se camuflan con el fondo, hay plantas cuyas hojas no se empapan por mucha agua que les caiga encima, la araña crea un material en proporción más flexible y resistente que el acero -la seda- a temperatura ambiente y sin mayor esfuerzo mientras nosotros necesitamos alcanzar temperaturas altísimas para sumergir un producto en ácido sulfúrico y obtener el nylon, 5 veces menos elástico que la seda. Mientras que las bombillas incandescentes desperdician el 98% de su energía por el calor, las luciérnagas dan luz fría sin apenas gasto energético. Ya quisiéramos nosotros muchas cosas.

  Y es que no somos tan invulnerables e insuperables como nos parece a veces.

  Si alguna habilidad tenemos los humanos, es que cada individuo tenemos unas habilidades particulares aprendidas en vida; esa es nuestra facultad (a la cual le dedicaré un artículo aparte). Y yo no creo que venga de los dioses como dice el mito de Prometeo, yo creo que es una más de entre las facultades de los demás animales, y más nos vale usarla bien, porque es lo único que tenemos: ni fuerza, ni velocidad, ni un diseño arquitectónico que conocemos de nacimiento; sólo la capacidad de aprender nuevas habilidades; ¡pero para eso hay que ponerse manos a la obra!

  Basándose en esta idea, un nuevo campo de la ciencia está floreciendo y dando múltiples resultados muy interesantes. Es la llamada biomímesis, ámbito científico que se inspira en la naturaleza para mejorar nuestra calidad de vida.

  Como ámbito científico es reciente, pero Leonardo Da Vinci estudió la forma de los pájaros para diseñar sus aviones (o al menos esbozos de aviones), y el arquitecto catalán Antoni Gaudí también se inspiró en formas de la naturaleza para sus edificios tan característicos.

  Gaudí extrajo de la naturaleza las llamadas superficies regladas, como las espirales ascendentes o helicoides, presentes en los troncos de los árboles. Afirmaba que esas formas ''tienen una riqueza propia en matices, que hace innecesaria la ornamentación''. Estas formas son las que podemos observar en las bóvedas de la sagrada familia, pero también en muchas de las obras del arquitecto catalán, quién también se merece un artículo entero aparte.

  En arquitectura, toda la corriente organicista se inspira en formas de la naturaleza, pero la biomimesís suele dar lugar a       utensilios más prácticos y manejables como el velcro. Este tipo de cierre se inspiró en los frutos de los cardos (flores muy espinosas), muy difíciles de despegar de la ropa; ahora, muchísmos utensilios cotidianos lo utilizan.


  El edifico Eastgate Centre, en Harare, Zimbabwe, se inspira en los termiteros de la sábana para mantener la temperatura interior fresca y agradable, ahorrándose 3'5 millones de dólares en aire acondicionado, y confiriéndole así su extraño aspecto. El ingenioso arquitecto de esta construcción fue Mick Pearce.

  Otra interesante utilidad de esta rama de estudio es el ahorro ecológico: comenzamos a procurar vivir en armonía con el entorno, con los ecosistemas; y la naturaleza nos ofrece muchas formas de cumplir ese objetivo: podemos lograr no sólo no producir desechos contaminantes sino además aportar beneficios enriqueciendo el suelo, por ejemplo.

  Belleza, sostenibilidad, ahorro, utilidad, elegancia... Tales son las ventajas que nos aporta la premisa que expongo aquí: los animales y las plantas pueden llegar y de hecho llegan a soluciones más prácticas y simples que los humanos, por lo que observando detenidamente las adaptaciones presentes en la naturaleza podemos ingeniar inventos muchísimo más prácticos y elegantes. Y por eso es que yo proclamo que Prometeo no hizo una excepción con nosotros y que más nos vale vivir como las termitas.

  Bibliografía: Aparte de datos concretos obtenidos de la wikipedia, recurrí a:
Biomímesis: aprender arquitectura de las termitas
El futuro está en la naturaleza

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