La persona que se proyecta hacia dentro pone sus objetivos vitales en sí misma, en su propio estado de ánimo o en sentirse de maneras determinadas. Por ejemplo, busca eliminar el sentimiento de tristeza en lugar de eliminar o afrontar la fuente real de la tristeza. Esto lleva a estas personas a focalizarse en sí mismas, a estar continuamente observando sus sentimientos y sensaciones internas, en lugar de las cosas en sí; y analizarse a sí mismo de manera científica, a menudo autoaplicándose descubrimientos científicos. Además, supone que las ideas que esa persona tenga no se realizarán o no se intentarán hacer efectivas en el mundo real, lo cual es la tendencia natural del pensamiento y de la actividad mental.
Esto ocurre porque la persona cree que lo que siente y percibe no es más que una quimera, y que por tanto no tiene sentido o correspondencia alguna con la realidad, si es que ésta existe. Esto lleva a la persona que se proyecta hacia dentro a tener sentimientos de nulidad o vacío existencial, y a acostumbrarse a pensar que cualquier cosa que haga no tendrá una repercusión más que aparente, nunca real. Esto conduce también a muchos comportamientos de los denominados obsesivo-compulsivos, que aparecen cuando la persona se niega a realizar sus ideas y se reprime, prefiriendo amar la rutina y lo seguro.
Proyectarse hacia dentro, como se ve, me parece que da unos cuantos problemas de malestar, pero estas personas, como veremos más adelante, no se comportan así por capricho. Sigmund Freud creía que esta es la única actitud posible, y que toda creencia de que nuestros deseos tengan sentido alguno en la realidad no es más que una manera del organismo de protegerse, nunca una creencia cierta. Si crees que quieres mejorar el mundo, para Freud, no es porque realmente sepas o puedas hacerlo, sino que es una actitud que adoptas para sentirte mejor. Es decir, en todo caso todo lo que hacemos va dirigido a encontrarnos mejor, nunca al mundo real exterior. Se trata de una asunción común a muchas teorías psicoanalíticas, y otras cognitivas como la de las creencias irracionales de Aaron Beck y Albert Ellis.
La otra actitud vital es proyectarse hacia afuera, que es sinónimo de autorrealizarse, es decir: convertir en reales las ideas que tenemos en nuestra cabeza. Implica una completa inmersión en el mundo simbólico, es decir, una plena aceptación de tu sensibilidad del mundo; asumes que las cosas son como te lo parecen. Se abandona así el análisis ''científico'' de uno mismo. Además, estas personas no se preocupan tanto por sentirse bien como por cumplir efectivamente sus metas (aunque paradójicamente, eso es lo que les hace sentir bien). Tienen una profunda convicción de que, de alguna manera, sus actos repercuten en el mundo real (o, para ser más exactos, en el mundo percibido). Esta creencia guía sus acciones y les otorga una sensación de plenitud.
Como se puede observar, mantener una u otra actitud no es una cuestión de capricho, ni tampoco se elige para sentirse mejor o peor. La cuestión de fondo que diferencia radicalmente una actitud de la otra es si se cree que nuestra percepción (sensaciones, impresiones, conocimientos... etc.) de la realidad se corresponde con ésta o si, por el contrario, nuestras percepciones del mundo sólo son quimeras, cuyo origen no conocemos bien pero en cualquier caso no deben corresponderse con la realidad exterior, si es que ésta existe.
Así pues, para solucionar este problema no hay que hablar de teorías científicas acerca de la psicopatología, ni de si hacer esto o aquello nos sentará mejor o peor -hay que entrar de lleno en una discusión acerca de la relación entre el ser humano y las cosas, si éstas existen o no, y, si existen, si las conocemos de verdad o no. Se trata, en definitiva, de una cuestión metafísica u ontológica, la cual si trato en este post me va a quedar demasiado largo, así que tendré que hacer una segunda parte, ¡que espero que leais! Hasta entonces, creo que ya es suficiente con mis divagaciones.
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